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domingo, 8 de julio de 2007

Rumbo a Roma...


Marineros, ponemos proa a Roma por unos días. Pronto vereis lo mejor de la travesía pero, de momento, os dejo con un fragmento del canto VIII de La Eneida para ir abriendo boca, donde el rey Evandro pasea al griego Eneas ( marinero recién llegado a las costas italianas ), por Roma:

Eneas carga a Anquises para salir de Troya.


Se asombra Eneas y lleva sus ojos dispuestos por cuanto le rodea, cautivo del lugar, alegre por todo pregunta y escucha las historias de los antepasados.
Y en eso el rey Evandro, fundador de la ciudadela romana:


«Estos bosques habitaban los Faunos del lugar y las Ninfas y una raza de hombres surgida de los troncos y la dura madera; carecían de cultura y de tradición, ni uncir los toros
ni amontonar riqueza sabían o guardar lo ganado, que las ramas y una caza mala de lograr les alimentaba.
Saturno llegó el primero del etéreo Olimpo de las armas de Júpiter huyendo y expulsado del reino perdido.
Él estableció a ese pueblo indócil y disperso sobre los altos montes y leyes les dio, y quiso que Lacio se llamara, porque latente se salvó en la seguridad de estas riberas.
Bajo tal rey se dieron los siglos de oro de que nos hablan; en tranquila paz así gobernaba a los pueblos, hasta que poco a poco la edad se hizo peor y descolorida y llegaron la locura de la guerra y de tener el ansia.
Vinieron entonces la gente de Ausonia y los pueblos sicanos, y a menudo perdió su nombre la tierra saturnia; luego los reyes y el áspero Tiber de cuerpo gigante con cuyo nombre llamamos después al río Tíber los ítalos; perdió el viejo Álbula su verdadero nombre.
A mí, de mi patria arrojado y buscando del mar los confines, hasta estos lugares Fortuna que todo lo puede me trajo y el hado ineluctable; me empujaron los terribles avisos de mi madre la Ninfa Carmenta y el propio dios Apolo me inspiró.»


Apenas dijo esto, y avanzando el ara le muestra y la puerta que los romanos llaman Carmental, antiguo honor a la Ninfa Carmenta, vidente del porvenir que anunció la primera que grandes serían los Enéadas y noble Palanteo.
Luego le enseña un gran bosque que el fiero Rómulo convirtió en asilo y el Lupercal bajo una roca helada, llamado de Pan Liceo según la costumbre parrasia.
Y le enseña asimismo el bosque del sagrado Argileto y le indica el lugar y le cuenta la muerte de Argo el huésped.
De aquí lo conduce a la roca Tarpeya y al Capitolio hoy de oro, erizado entonces de zarzas silvestres.
Ya entonces la terrible santidad del lugar asustaba a los agrestes temerosos, que temblaban por su selva y su roca.


«Este bosque -dijo-, este collado de cima frondosa un dios (no se sabe qué dios) los habita; creen los arcadios haber visto al mismo Júpiter cuando en su diestra blandía la égida negreante y amontonaba las nubes.
Estos dos bastiones además de derribados muros que ves, reliquias son y recuerdos de los antepasados.
Esa fortaleza el padre Jano y esa otra la fundó Saturno; una se llamaba Janículo y la otra Saturnia.»


Con tal conversación se iban acercando al poblado del humilde Evandro y por todas partes mugir veían al ganado, por el foro romano y las elegantes Carinas.