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domingo, 8 de diciembre de 2013

Dicker y Davies: leer deprisa, leer despacio.


La verdad sobre el caso Harry Quebert de Joël Dicker está en boca de todos, en todos los escaparates, en todas las mesas de novedades.
La ilustración de su cubierta, tanto en su edición en castellano (Alfaguara) como en catalán (La campana), es una obra de Edward Hooper.
Cuenta una historia de escritores y crímenes en los idílicos paisajes de New Hampshire.
Y ni por esas me decidía a leerlo de la rabia que me daba...¿un escritor de tan sólo 27 años andaba ya por su obra maestra?
Pero finalmente, después de extraños virajes del destino, cayó. ¡Y cómo! Creo que he hecho récord de velocidad de lectura.
Empecé a leerlo en formato electrónico...y justo en mitad del libro se muere mi ebook. Tras el ataque de pánico, me lanzo al facebook a quejarme y una amable samaritana me deja su ejemplar en papel para que pueda terminarlo (buscadlo en las bibliotecas, buscad: jamás he visto tantísima reserva). Y ahora, tras una maratón de lectura durante el Puente, ya respiro tranquila porque sé cual es la verdad del caso Harry Quebert.
¿Era para tanto?



Imagen extraída de http://joeldicker.com/la-verite-sur-laffaire-harry-quebert-nouveaute/



No lo sé, sinceramente.
Mi sensación actual es la de haberme enfrentado a la obra de un hijo improbable de Agatha Christie y John Irving que se hubiese ido a vivir a Twin Peaks y contase, en la elaboración de su obra, con la impaciencia y la credulidad lectora para , digamos, metérnosla de canto.
Al comienzo, el libro tira mucho a su abuelo Irving, pero hacia la mitad a su lado Christie le da un arrebato Lyncheano y pierde el oremus. ¿Todo vale para mantener en vilo al lector? 
Supongo que es perfectamente lícito sacrificar algo de calidad en aras de dejarnos sin comer ni beber durante horas, sumidos en el efecto "un capítulo más y voy a tomar algo".
Engañarnos, lo que se dice engañarnos, no nos engaña ( Dicker tiene bien asumido El asesinato de Roger Ackroyd) pero si, durante la vorágine del ansia de descubrimiento, uno levanta la cabeza y contempla el paisaje que le rodea puede llegar a concluir que no es más que un ciclorama. Así, que lo ideal es dejarse llevar por el vértigo y ver que diablos pasa con el tan cacareado Harry Quebert.

Una vez frenada, mi pasión lectora se enfrenta a uno de esos libros que uno encuentra por casualidad, de los que nadie habla y que tan felices nos hace a tantos.
En la mesa de novedades viejunas de mi librería, me encuentro con un regalito de Asteroide, Espíritu festivo , una recopilación de cuentos de fantasmas de Robertson Davies. ¡Oh, espíritu de las Navidades Presentes, que me vas a encontrar leyendo en bata!






«A pesar de la afición que he tenido toda la vida a los cuentos de fantasmas jamás se me ocurrió escribir ninguno hasta que fui a Massey College, facultad y residencia universitaria de la Universidad de Toronto, en 1963. Por Navidad celebrábamos siempre una fiesta a la que invitábamos a algunos amigos y era preciso dar algo de espectáculo.
Abundaban las personas de talento, como poetas y músicos, pero se esperaba que yo hiciera también alguna aportación, y se me ocurrió que podía ser un relato de fantasmas, el primero del presente libro. Durante los dieciocho años que estuve en la residencia, todas las Navidades me pedían que escribiera un cuento, y aquí están, reunidos en un libro, con la esperanza de que los disfruten otros entusiastas de esta clase de literatura.» Así explicaba Robertson Davies en el prólogo a la primera edición de este libro, de 1982, la razón de ser del mismo.
Los fantasmas de Dickens, la reina Victoria o Ibsen son algunos de los espíritus festivos que habitan un libro en el que la maestría de Davies se muestra en todo su esplendor. Unos fantasmas que el lector llegará a necesitar «como quien necesita un suplemento dietético, unas vitaminas para atajar una de las dolencias modernas más temibles: el raquitismo racional».



Como comprenderéis, con Robertson Davies no caben las prisas. Ni la inanición. 
Estos cuentos requieren un ambiente recogido, el calor del hogar y una humeante taza de té.
Aquí no va a haber caída descontrolada ni paisajes caricaturescos...si todo va bien, un magnífico panorama se abrirá ante nuestros ojos.
Ya os lo confirmaré.