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viernes, 28 de noviembre de 2014

El rancho de la U alada.



Tengo que confesar que por más que me guste el terror y el Hevy Metal soy una ñoña de cuidado y de vez en cuando necesito una dosis de ternura.
Ahora mismo alterno el visionado de la magnífica serie Lark Rise to Candleford, a punto de terminárseme (ya pasó por lo mismo Magrat Ajostiernos ) con lecturas tan amables como El rancho de la U alada... Hoja de lata ha vuelto ha hacer diana en mi corazoncito.
Muchos ya conocéis mi predilección por las historias del oeste y por las protagonistas femeninas y este caso las combina ambas. Aunque algo alejada de la maestría de Willa Cather o Elinor Pruitt Stewart y más cercana al espíritu amable de 7 novias para 7 hermanos, la U alada ofrece un refugio sentimental frente a las inclemencias de la vida diaria.
En este rancho, los vaqueros son un verdadero encanto. Hombres hechos y derechos, trabajadores rudos...que se comportan como internas de Torres de Malory sin que de grima, leen los clásicos y se desvelan como sensibles artistas autodidactas altamente capacitados, paradigmas de "el buen cow boy". A la cabeza de semejante ganadería encontramos a James G. Whitman, conocido como el Viejo, un jefe cascarrabias pero buena persona que tiene una hermana con un flamante título de doctora que viene a quedarse en el rancho. ¿Cómo asimilará la cuadrilla de vaqueros la presencia de una solterona?
La llegada de la Doctorcita -como pronto la llaman- aporta domesticidad a un ambiente bastante domesticado, ocasiones de chanza, espectadora entregada para las gamberradas y protagonista de líos involuntarios con las Rocosas como telón de fondo.





Aunque Bertha Muzzy Bowen empezó a escribir en 1900, el éxito no le llegó hasta la aparición de Chip of the Flying U (la novela que nos ocupa) en 1906, a la que seguirían otra docena de trabajos ambientados en el rancho. El éxito de esta novela fue tal que ya en 1914 el mismísimo Tom Mix se calzó las botas de  Chip ( protagonista indiscutible de esta primera novela) en la primera aparición cinematográfica de la U alada, que aún conocería 2 versiones más en 1926 y 1939.
Lo cierto es que lo tiene todo para triunfar: amor, aventura y amplios horizontes, mano firme en su ligereza y personalidad propia.
Un magnífico regalo para empezar a celebrar la Navidad.




viernes, 14 de noviembre de 2014

En Memphis, Tennessee.



Parece que al fin llega el otoño a Barcelona, alejando aún más los días de las vacaciones pasadas.
Apenas un par de meses y parece que el viaje de este verano lo hicimos hace un par de años...suerte de las fotos y las anécdotas contadas y recontadas.

En la última entrega visitamos Chicago y ahora la abandonamos tomando la antigua Ruta  66 hacia St. Louis y parándonos a desayunar en el lugar más kistch que he pisado en mi vida...y de Kistch, las carreteras americanas saben un rato. Antiguas gasolineras, ranchos dedicados a la cría de conejos gigantes, casas en medio de la nada...como en las películas pero más.
Nuestro camino pasa por la tumba de Lincoln  en Springfield (pasamos por 15 Springfields, al menos), el Cozy Dog, hogar de la mundialmente conocida salchicha de frankfurt envuelta en pan de maíz y pinchada en un palo (bastante más sabrosa de lo que pudiese parecer) y la ciudad de St. Louis, que tardamos horas en atravesar a causa de los atascos monumentales que forman sus múltiples eventos deportivos.





La llegada a Memphis, de noche y bajo la lluvia, fue la mar de deprimente...suerte de la legendaria hospitalidad sureña. Tanto el personal del hotel, como los camareros del bar en el que despedimos la jornada, con su amabilidad y su simpatía lograron ponernos una sonrisa en la cara que borró el cansancio de 1.000 kms de coche.
A la mañana siguiente, el Mississippi nos daba los buenos días y el calor quebraba nuestras voluntades.
Aún así, pronto nos plantamos en el Lorraine Motel, en cuya habitación 306 murió asesinado Martin Luther King y que ahora alberga el National Civil Rights Museum, visita tan obligada como impresionante. En unas horas recorrimos la historia afroamericana, sembrada de dolor y sufrimiento, en medio de un ambiente de emoción contenida. Intentando superar el mal cuerpo que se te queda tras el museo, nos acercamos al vecino The Arcade, el restaurante más antiguo de Memphis, donde Elvis Presley acostumbraba a ir a degustar su archiconocido sandwich de mantequilla de cacahuete y plátano. Por supuesto, homenajeamos al rey compartiendo su bocadillo favorito , descubriendo que está bastante mejor de lo que pueda parecer, y que los batidos del Arcade no suben por la cañita.
Bien alimentados iniciamos un recorrido por Beale Street (bares y restaurantes que recuperaríamos en su plenitud nocturna) sin dejar de visitar a los patos paseadores del conocido hotel Peabody , la centenaria tienda de A. Schwab (hoy muy enfocada al turismo, pero aún así encantadora) o la tienda del sastre de Elvis, Bernard Lansky, ahora regentada por su hijo, y que aún visten a gente como Chris Isaak o Joe Perry y, ahora también, a mi Santo.




Al día siguiente, la mañana la ocupó la visita a uno de los lugares que más deseábamos conocer: Sun Records, el lugar donde nació el rock'n'roll.
Situado, como casi todo en la ciudad, en medio de la nada (Memphis es una ciudad casi fantasmal, semi abandonada y desértica en plena canícula estival ), Sun Records se erige en vórtice energético de la zona. Visitantes de todo el mundo (ese día no éramos, por ejemplo, los únicos catalanes en la visita) hacen educadas y reverentes filas para contemplar la parafernalia que rodeó el nacimiento del rock'n'roll, el estudio donde grabaron Elvis, Johnny Cash, Carl Perkins, Roy Orbison o Jerry Lee Lewis. El sitio en si se mantiene tal cual era hace 60 años y el estudio aún acoge grabaciones de discos, pero lo que realmente consiguió arrancarme una lagrimita fue pensar en cuanto talento encerraron esas cuatro paredes. Auténtico shock emocional del que no puede salirse si no es a base de pollo frito al estilo sureño, servido como sólo saben hacer en Gus's World Famous Fried Chicken, uno de esos lugares en los que jamás se te ocurriría entrar si no te lo hubiesen recomendado en Man vs. Food.
Para hacer la digestión sin bajar las pulsaciones, visita al Rock'n'Soul Museum, la experiencia musical definitiva.
Y después, la noche de Beale Street. Cena en el restaurante de Jerry Lee Lewis y, aunque el Killer mismo no estaba, pasamos una noche estupenda con un estrambótico imitador de Elvis y una ruidosa exhibición de motos calle arriba y calle abajo.
A pesar de tan atrayentes argumentos, nos retiramos pronto. Necesitaríamos todas nuestras energías al día siguiente para visitar...¡GRACELAND! 




Lo cierto es que Graceland no vale un pimiento. Pero debe estar en una intersección telúrica o algo porque es im-pre-sio-nan-te.
De entrada es pequeño para lo que una espera de una mansión y, después, te quedas bizca con su fantástica decoración setentera, pero es una de las experiencias más interesantes del mundo.
Empieza y acaba a través de tiendas y más tiendas de souvenirs  para , entre medias, visitar los lugares por los que Elvis se divertía, contemplar su flota de coches e, incluso, sus aviones, tooooooooodos sus disco de oro, platino, diamante (y , yo juraría, que hasta vi alguno de adamantium), sus trajes, de los más discretos a los más enloquecidos (y también me atrevería a jurar que representados a escala o la tele engorda pero que mucho y Elvis, en realidad, apenas estaba robusto) y, como colofón, su tumba. Elvis descansa junto a su hermano, muerto al nacer, sus padres y su abuela (que los enterró a todos) en medio de fans emocionados hasta la lágrima. Lo cierto es que es un recorrido tan divertido como intenso e interesante por la historia más pop.

Próxima parada, la capital del country: Nashville.


jueves, 25 de septiembre de 2014

En Chicago




Parece mentira. hace mes y medio que estuve de vacaciones y ya estoy necesitando otras... Igual repasando las pasadas me animo un poco.

Este año hemos hecho otro fragmento de las Américas en formato "carretera y manta", hemos visitado Memphis y Nashville, hemos pisado 6 estados, hemos invertido en cultura popular.
Empezamos volando a Chicago, que era una ciudad que hacía tiempo que queríamos conocer.
Lo cierto es que es poco sorprendente... no me entendáis mal. Es un lugar precioso pero que resulta tremendamente familiar, sobre todo si se ha visitado Nueva York o te interesa un mínimo la arquitectura moderna. 
Es una ciudad en la que no te sientes ajeno a su pulso, que te suenan los edificios, las estaciones, las personas. En Chicago chocas poco culturalmente y la puedes disfrutar a conciencia apenas pones el pié en sus aceras.

Para mi, uno de sus máximos activos es la presencia de Frank Lloyd Wright, ya sea a lo largo de sus calles (impresionante The rookery) o disfrutando de un paseo por  Oak Park, donde se puede visitar su casa estudio y babear todo el barrio de vuelta a la parada del metro.
Acompañándome en este descubrimiento, vinieron dos libros: Amar a Frank de Nancy Horan y  Las mujeres de T. C. Boyle.
Si alguien está pensando en visitarlo, esta página le será muy útil: Frank Lloyd Wright Trust

A parte de arquitectura, Chicago ofrece muchísimos alicientes, sobre todo musicales y gastronómicos.
Fabulosa la visita al Buddy Guy's Legends.
Espectacular la fachada del edificio del Chicago Tribune, salpicada de fragmentos de edificios y construcciones de todo el mundo del Partenón al Taj Majal, la Muralla china o El Álamo.
Emocionantes el punto donde se iniciaba la antigua Ruta 66 o Union Station, lugar en que Eliott Ness se las ve y se las desea para seguir disparando mientras intenta rescatar un carrito de bebé ( otras localizaciones cinematográficas de Chicago, aquí), o dar una vuelta en metro por el histórico Loop.
Deliciosas las palomitas de caramelo y anacardos de Garrett, las famosas pizzas de molde hondo de Ginos East o los pastelitos de queso de Magnolia Bakery.






Pero el gran descubrimiento ha sido, sin duda, el magnífico Art Institute of Chicago.
Para mi vergüenza, reconozco que es un museo que no tenía bien situado en mi mapa mental y me ha sorprendido muy, muy gratamente.
Tiene un tamaño estupendo, grande pero sin exageraciones, una estructura sencilla y una colección ecléctica pero de una calidad extraordinaria...cada esquina, cada pasillo, cada sala, te reserva una sorpresa agradable. Los ojos y el alma se te llenan de imágenes sugerentes, viejos conocidos de tus rincones de almacenaje personales. Casi me desmayo al encontrarme cara a cara con el Picture of Dorian Gray que se usó para la película de 1945 y que tiene enfrente el maravilloso Nighthawks de Edward Hooper.
Apenas sin tiempo a recuperarte, American Gothic te corta la respiración, pero te la devuelve con un beso la Beata Beatrix de Rossetti.
Exclamación ahogada ante la Élegante de profil au Ball Mabille, vahído tembloroso frente a  Water Lily Pond, piel de gallina con Paris Street, Rainy Day... un tiovivo de emociones y disfrute. 















jueves, 19 de junio de 2014

Go West




Cuando yo era pequeña, dos tristes canales de televisión se bastaron y sobraron para crear una generación de cinéfilos y cimentar, a base de cine clásico, un imaginario que acunó mi infancia y no me ha abandonado jamás.
En La Clave ponían un cine muy serio que comentaban unos señores muy serios que fumaban. Allí vi por primera vez -nunca lo olvidaré- Farenheit 451, película que no entendí del todo pero que desde entonces me mantiene horrorizada y fascinada a partes iguales.
Pero los sábados por  la tarde -¡ay, los sábados por la tarde!- eran territorio de las "películas de". Películas de guerra, películas de aventuras (de caballeros con espada, de piratas o de lugares exóticos, siempre con Errol Flynn o con Burt Lancaster y un mudo...) y -¡Tachaaaaaaaaan!- películas del oeste. Ya fuesen de pistoleros, indios, cowboys o pioneros, las pelis del oeste me transportaban a un lugar que olía a polvo del desierto, donde se bebía güisqui y donde se saldaban los encontronazos a tiro limpio.
En unas se libraban batallas entre indios y soldados o entre indios y granjeros, en las otras entre rancheros y ganaderos, las fuerzas de la ley y los forajidos, el sheriff y el alcohol, la moralidad imperante y el pensamiento libre...la vida misma, oiga, me visitaba en mi salón.








Muchos de estos sábados por la tarde yo tenía un caballo que venía cuando le silbaba y un rancho en el que luchaba contra las inclemencias del tiempo y un vecino ganadero muy, muy malo y un párroco borrachín y un sheriff ceñudo de misterioso pasado. Me hacía la ropa y un vestido especial para acudir al baile y algún extraño venía a trastocar la pacífica vida del pueblo cercano, donde una tienda abastecía de todo y el Saloon adelantaba lo último en sicalipsis francesa.
Aún hoy soy una gran fan del western, sobre todo de ese que llaman "crepuscular", me encantan Sin perdón, El jinete pálido, Bailando con lobos, Desapariciones ... pero no de la misma manera que me impactaron Caravana de mujeres (aquella señora italiana, viuda, que deambulaba con una naranja en la mano...), Johnny Guitar (cumbres borrascosas y desérticas), Centauros del desierto (los sentimientos encontrados del tío Ethan), Murieron con las botas puestas, Río Bravo...mitos en glorioso blanco y negro o en grandioso tecnicolor.
Ahora, mi Oeste particular pasa por la página impresa.
Gracias a Hoja de lata podemos disfrutar de las maravillosas cartas de Elinore Pruitt Stewart (ya os lo había comentado), pero también está ahí la Trilogía de la pradera de Willa Cather (si queda alguien que no haya leído Mi Ántonia, que aproveche los largos días de verano) o los libros de Ivan Doig, que ha sido mi último descubrimiento.
Una temporada para silbar me ha dejado con la misma sensación de las películas de antaño, con una sonrisa en la boca y un paisaje inmenso donde construir mi casa, con amplios horizontes, mar de hierba y un cielo inabarcable.
Es una novela sencilla y a la vez grandiosa, con una gran capacidad de transmitir mucho con frases concisas, nutrida de personajes para incorporar al panteón de amigos de papel que se mueven por las praderas.
Me encanta comprobar que sigue vivo mi gusto por el Oeste. 







martes, 29 de abril de 2014

Ochenta días alrededor del mundo.


Reconozco que tengo una mente viajera. En invierno viajaría a paisajes más nevados, en verano huiría al norte y, por estas fechas, me largaría a una villa toscana aunque, por lo general, lo que más visito son los Cerros de Úbeda.
Supongo que por eso me gustan los libros de viajes o los libros que te sumergen en un lugar, un tiempo, una sociedad... y, por lo mismo, acostumbro a revisar las mesas de novedades de antropología, viajes o historia.

A veces, algunas mesas de novedades literarias tienen el acierto de incluir entre sus filas algún que otro libro de difícil ubicación y de innegable interés literario para que lectores despistados se asomen a nuevas vocaciones.

Así descubrí Ochenta días  de Matthew Goldman.






Dos damas victorianas que sólo hablaban inglés. Dos americanas de pro. Dos literatas.
Las guerras del opio, Joseph Pulitzer y los diarios de Nueva York, el avance imparable del ferrocarril y su conquista de los Estados Unidos, el Canal de Suez y el colonialismo británico, Julio Verne, el telegrama. 
Como ya os imaginareis, no me pude resistir.
E hice bien.

Ochenta días es un libro sobre una carrera a contrarreloj alrededor del mundo, pero también es un resumen de ese mismo globo que circunvalan nuestras aguerridas reporteras.
En él leemos sobre cómo el ferrocarril puso de acuerdo a todo Estados Unidos para regirse por un sólo (bueno, dos) uso horario, sobre cómo el vapor acercó continentes, sobre como el cuarto poder desarrolló sus tentacularidades y su poder, sobre cómo las mujeres se las arreglaban para ir escalando posiciones tradicionalmente masculinas, sobre cómo los ingleses convirtieron el mundo en una provincia británica. Es decir, leemos sobre todo el siglo XIX con un interés y una amenidad maravillosas.




Elizabeth Bisland durante su vuelta al mundo.


Pero ¿porqué si busco imágenes en Google de Elizabeth Bisland, me salen un montón de imágenes de su competidora,  Nelly Bly y al revés no pasa?
Este libro va a ser una de las escasas oportunidades que vamos a tener de leer sobre Elizabeth Bisland, personaje que desconocía por completo pero que ahora noto cercana. Conocerla y acompañarla por esos mundos ha sido un auténtico placer.
(Aquí podéis leer su experiencia de primera mano, que redactó en el libro In Seven Stages: A Flying Trip Around the World.)



El famoso conjunto elegido por Nelly Bly para circunvalar el globo.



Porque, si una de las dos protagonistas se convirtió en un personaje todo lo mediático que permitía el momento, esa fue Nelly Bly: se copió su vestido, se hicieron juegos de mesa y memorabilia de lo más variado, todo Estados Unidos siguió su viaje y, a efectos, prácticos, se convirtió en la única viajera de la competición.
A la una se le ocurrió la idea del viaje, la otra se lo encontró una buena mañana.
Una llevaba una única bolsa de mano, la otra arrastró un considerable equipaje a lo ancho del globo.
A una la respaldaba una gran campaña editorial dispuesta a estrujar la circunstancia en la medida de lo posible (y lo impensable), a la otra se la convocó in extremis y la respaldó una publicación que hizo lo que pudo.
Una, a pesar de los kilómetros recorridos, no abandonó su país natal, la otra hizo lo posible por descubrir  nuevos mundos.
A una se la ha traducido al castellano (Diez días en un manicomio y La vuelta al mundo en 72 días, ambas en ediciones Buck) y a la otra, ni está ni se la espera.
La una se hizo rica y lo perdió todo. La otra fue feliz.



El contenido de la maleta de Bly. Ambos dibujos son de Wendy Mcnaughton.


En una entrevista con la Pall Mall Gazette londinense, Julio Verne hablaba de Nelly Bly, a la que había conocido un mes antes: "Lo que nos cautivó a la señora Verne y a mí fue la extrema modestia de la joven" y dijo que era "lo más bonita que se pueda imaginar". En privado, su opinión era muy distinta:"Dios mío, qué vergüenza ver a una mujer tan inteligente maltratada así por la naturaleza. Flaca como un fósforo, ¡ni pecho ni trasero!". *
Profesional, muy profesional.



* Citado en Ochenta días, pag. 198.


Nelly Bly on line.
Nelly MacNaughton

Matthew Goodman; Ochenta días.
Madrid. Aguilar, 2013.
Traducción de Laura Vidal.
ISBN 978-84-03-01350-6
582 p.

domingo, 23 de marzo de 2014

Sapphira y la joven esclava.

Willa Cather es una escritora precisa. Precisa en tanto que es necesaria e indispensable y su estilo es claro, exacto y conciso. No tiene un relato flojo, no hallaremos obra menor. En su lectura no nos sobra nada y lo que podemos echar a faltar es un regalo de respeto por sus lectores ( cómo odio los flashbacks gratuitos que directores o escritores necesitan endilgarnos porque dudan mucho de nuestra memoria...!!) . Porque en la obra de Cather es maravilloso el peso narrativo de lo que no se cuenta, de las relaciones intuidas, que permiten al lector una participación dulce y amarga, el añadir su granito de arena a los hechos y el no saber qué es lo que en verdad pasaba. Porque verdad es lo que Cather nos ofrece.Verdad y opciones. Y de todo ello encontramos un gran ejemplo en Sapphira y la joven esclava.







La opción, la fuerza de la decisión, es omnipotente en la obra de Willa Cather, la opción dentro de la narración, la opción a la hora de desarrollar el drama y los personajes, la opción abierta al lector a la hora de rellenar los espacios líricamente vacíos.
La opción literaria de Willa Cather es sucinta y perfecta. Sus personajes se definen con profundidad concisa y sus pérdidas se pintan de aprendizaje y no de melancolía. Porque la pérdida, la conciencia de los cambios, de la desaparición de los seres queridos, de la inocencia, de la juventud o de la sociedad agrícola frente a la industrialización urbana, es uno de los temas imprescindibles de la escritora. La emigración que tan bien relatara en su trilogía de la Pradera (Mi Ántonia, Pioneros y El canto de la alondra), la vida rural en decadencia frente a la sociedad moderna, el desarraigo...en todo cambio se crece la autora.






Cather nació en Black creek Valley,Virginia, en 1876 pero con escasos nueve años -tras la ruina de la familia a causa de un incendio- se trasladó a Nebraska, el primero de los grandes asentamientos al norte del Misisipi tras la Guerra Civil, donde asume la dura vida fronteriza. “Me sentí insignificante, y enferma, y sola”, recordaría de adulta. “Aquella tierra y yo tuvimos que llegar a un compromiso, y al final del primer otoño aquellas praderas desgreñadas se habían apoderado de mí con una pasión que nunca más me ha abandonado. Aquello ha sido la luz y la maldición de mi vida”.
La pradera marcó su vida y su arte, pero no olvidaría los escenarios de su infancia, donde nos remite la novela que nos ocupa.




La casa natal de Willa Cather (a la izquierda) y su casa de Nebraska.


Sapphira y la joven esclava fue la última novela de la autora, publicada en 1940. En ella vuelve al viejo sur, a una sociedad que se desvanece, a una familia que se diluye, a un mundo que se acaba.
En ella, se nos habla de Sapphira Colbert, una matriarca excepcional en la zona de Black Creek Valley, propietaria de un buen número de esclavos en una zona que se debate entre el abolicionismo y la incapacidad económica de comprar o contratar mano de obra.
Rica, esclavista, invalida, condescendiente y controladora, Sapphira no se resiste a ordenar su mundo a su antojo y cuando comienza a sospechar que su esposo mantiene alguna especie de relación con la joven Nancy, una de sus esclavas, invita a pasar con ellos una temporada a uno de sus sobrinos, especialmente crápula e inmoral para interponerse entre ellos.
Pero la vida pasa y oxida nuestra mano de hierro. Las circunstancias crecen y cambian sin apenar regarlas y la historia pronto cambia su curso y se aleja de los resultados esperados.
Obra maestra de lo que no se dice, cada una de las palabras de esta obra se lee en el lugar preciso y toca la tecla exacta.




Willa Cather; Sapphira y la joven esclava.

Impedimenta. Madrid, 2014.
Traducción de Alicia Frieyro

ISBN 978-84-15578-91-8

domingo, 2 de marzo de 2014

En cualquier caso, ningún remordimiento.


                                       La bande à Bonnot en Café Crime. Para francófonos curiosos.


Recuerdo una reunión de La Sartén Littéraire en la que salió a relucir Los Miserables de Víctor Hugo. Yo me posicioné del lado de Valjean, defendiendo que las personas pueden cambiar, que el medio puede cambiar y las intenciones y reacciones corregirse. El pasado no desparece pero el futuro puede redefinirse. Mi amiga Insonrible se posicionó en contra (nosotras somos así), argumentando en contra de la posibilidad de cambio, descalificando a Valjean como personaje creíble.
A Insonrible le encantará este libro y la caída cual bola de nieve de Jules Bonnot, como una lata a la que la miseria da una patada para lanzarla por una cuesta abajo a la que la mala suerte allana el camino.



Foto familiar anterior a  1906.


Jules Bonnot nació bajo una mala estrella. Creció falto de cariño, superado por la violencia y excedido por la injusticia. En su vida apenas hubo hueco para la esperanza...el poco espacio libre lo llenó la miseria y la inquina. Intentó deshacerse de la una y de la otra, escapar de la ira y el desengaño, labrarse una vida normal, tranquila y digna y fracasó estrepitosamente. Si siquiera el ejército era para él, mucho menos el trabajo urbano o rural, el amor, la paz doméstica o la familia.
El socialismo y la anarquía se desarrollaron abonados por el mal fario, la energía y el odio contenido, los abusos y el desconsuelo. Sólo su amor por la mecánica y los aún novedosos automóviles parecían otorgar algo de luz a la penumbra de sus días.
Se rebeló como un gran mecánico y un gran conductor ( llegó a ser chófer de Sir Arthur Conan Doyle, en un intento de alejarse de la mala fama que lo perseguía en su Francia natal) pero el destino lo hizo resbalar cuando apareció Plátano, un compadre un tanto desequilibrado con el que empezaría una exitosa carrera delictiva.



Un joven Bonnot detenido en 1896

Ficha policial de Jules Bonnot, 1912. ¿Qué se apagó en los ojos de Bonnot entre estas dos fotografías?


Fueron años de convulsión social, de lucha obrera, prosperidad burguesa, desequilibrio, injusticia, desconfianza, de incomprensión entre clases y entre personas. Europa era un hervidero y muchos se encontraron bajo la presión de la miseria. La explosión estaba garantizada.
Bonnot y sus compinches llevaron a cabo una serie de actos criminales que la prensa y la policía transformaron en terrorismo, mataron, saquearon y robaron, pero también fueron héroes.
Muy lejos tanto del tono heroico como del moralismo ejemplificante se encuentra el trabajo de Pino Cacucci.
Novela negra, y mucho, En cualquier caso, ningún remordimiento, nos ofrece un retrato inmisericorde de la sociedad de su tiempo, de las sombras de la prosperidad y de los sueños de la razón.
Con mano firme y elegante, Cacucci entrelaza realidad, violencia y poesía para ofrecernos una serie de hechos -desgraciadamente, nada extraordinarios- tal y como en verdad pudieron haber sido puesto que lo que pasó de verdad nunca lo sabremos.
Un libro impresionante, de los que te dejan unos días sin aliento, con miles de ideas bullendo en la cabeza y sentimientos encontrados, de los que requieren tiempo para asumirlo. Un personaje que despierta pena, disgusto o miedo, pero que en ningún caso dejará a nadie indiferente. En mi caso, ya forma parte del imaginario particular...ahí está, entre Valjean y el monstruo de Frankenstein.

Hoja de Lata  vuelve a ganarse mi más sincera admiración.




Para ponerle rostro a los protagonistas de esta obra, retratados según el sistema Bertillon, no dejéis de visitar Photographic Bee.

Sobre la relación de Bonnot y Conan Doyle, podemos repasar el breve capítulo 20 (Conan Doyle y el bandido motorizado) de Conan Doyle, detective. Los crímenes reales que investigó el creador de Sherlock Holmes, de Peter Costello y publicado por Alba.
Y para leer más sobre el caso de George Edaji, siempre podemos dirigirnos a Arthur & George, sugerente versión de la historia a cargo de Julian Barnes. Editado por Anagrama.



martes, 11 de febrero de 2014

Alicia a través de la red.




El manuscrito de Las aventuras de Alicia bajo tierra descansa en la British Library.
Pero ahora todos la podemos tener en casa y disfrutar de los dibujos originales de Carroll.
Podemos disfrutarla AQUÍ.