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sábado, 2 de febrero de 2008

Anubis, porque yo lo valgo.


Occidente se ha encargado magistralmente de reorientar dioses paganos para adecuarlos a sus proyectos. Y , entre muchos otros, el pobre Anubis se ha visto involucrado en un proceso de “satanización” que de ningún modo merece. Despojado de sus poderes curativos y medicinales ( suyos son los secretos de la vida eterna ) traspasados a Hermes y de éste a San Rafael, su figura se ha degradado hasta convertirse en un curioso “coco” con cabeza de chacal y atributos ominosos.

Pero los egipcios adoraron diversos dioses cánidos o chacales aunque el más conocido es, sin duda, Anubis, a pesar de otros tantos y de que el propio Osiris tuvo, asimismo, una forma de chacal. Todos estos dioses desempeñan un papel esencial en el ámbito de las creencias funerarias y, en concreto, del tránsito al más allá. Y es que todos ellos son dioses-chamanes", divinidades que presiden el tránsito entre estados de conciencia, el cambio iniciático de estado ontológico, el paso de lo inmanente a lo trascendente. Anubis es el señor de Ro-setau, la necrópolis, la puerta hacia el más allá. Pero, pese a las connotaciones siniestras que los occidentales podemos ver en todo este asunto de merodear por cementerios y ligarse a los hechos de la muerte, Anubis juega un papel destacado en el ritual de transición y continuación de la vida: es el gran dios embalsamador, y en la iconografía se le representa de pie junto al lecho de la momia del difunto, encorvado hacia ésta y manipulándola. También es el guardián de las necrópolis, y en tanto que tal se le representa o esculpe como perro retumbado con la cabeza vigilante. Sus principales epítetos son los de "señor de la tierra sagrada" (la necrópolis) y "el que está en el lugar de embalsamamiento". Anubis está presente asimismo en el juicio osiríaco, manipulando la balanza de la psicostasia…el día en que me muera, por favor, que Anubis se encargue del aspecto que tendré en la vida eterna y se ocupe de mi psicostasia.



Anubis adecentando a un difunto.



Y es que ningún difunto podía empezar su nueva existencia después de la muerte sin el alma, ( cuidado con el alma egipcia: es un asunto subdividido y complejo y alguna de sus partes es de vital importancia en asuntos de vida eterna ), conservada mediante el ritual de embalsamamiento y valorada mediante el pesaje del corazón en el juicio del difunto.
El desarrollo de todo el proceso está descrito en el capítulo 125 del Libro de los Muertos. El alma llega a la "sala de las dos Maat" en la que se encuentra el tribunal de Osiris. Anubis acude a recibir al muerto ( que, nervioso como debía estar, seguro que agradecía una presencia amiga ) y le conduce de la mano al interior de la sala (esta escena es muy frecuente en la pintura funeraria egipcia).



Escena de peso del alma.


En el centro de la sala se encuentra la balanza de la justicia. Osiris preside el tribunal de los cuarenta y dos dioses y está sentado en su trono cubierto por un dosel, con Isis y Neftis a su lado. Tot permanece cerca de la balanza dispuesto a anotar en su tablilla el resultado del juicio. Anubis se sitúa junto al fiel , colocado ya en la balanza, para llevar a cabo la operación. En ese momento empieza la confesión: si el corazón del difunto miente o si se revela cargado de pecados, la balanza se desnivela y el corazón es devorado por el monstruo Ammit; si la balanza se mantiene en equilibrio, el difunto es declarado "justo de voz" y Osiris le abre las puertas de su reino. El alma se une al cuerpo y los dos renacen en el más allá.


Rodeados de dioses con las apariencias más diversas y esperando a que un bicho medio cocodrilo, medio hipopótamo se te zampe el alma por un sacapuntas que robaste de joven en El Corte Inglés, ¿a quién le viene mal un chacal que le haga compañía?


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