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viernes, 14 de noviembre de 2014

En Memphis, Tennessee.



Parece que al fin llega el otoño a Barcelona, alejando aún más los días de las vacaciones pasadas.
Apenas un par de meses y parece que el viaje de este verano lo hicimos hace un par de años...suerte de las fotos y las anécdotas contadas y recontadas.

En la última entrega visitamos Chicago y ahora la abandonamos tomando la antigua Ruta  66 hacia St. Louis y parándonos a desayunar en el lugar más kistch que he pisado en mi vida...y de Kistch, las carreteras americanas saben un rato. Antiguas gasolineras, ranchos dedicados a la cría de conejos gigantes, casas en medio de la nada...como en las películas pero más.
Nuestro camino pasa por la tumba de Lincoln  en Springfield (pasamos por 15 Springfields, al menos), el Cozy Dog, hogar de la mundialmente conocida salchicha de frankfurt envuelta en pan de maíz y pinchada en un palo (bastante más sabrosa de lo que pudiese parecer) y la ciudad de St. Louis, que tardamos horas en atravesar a causa de los atascos monumentales que forman sus múltiples eventos deportivos.





La llegada a Memphis, de noche y bajo la lluvia, fue la mar de deprimente...suerte de la legendaria hospitalidad sureña. Tanto el personal del hotel, como los camareros del bar en el que despedimos la jornada, con su amabilidad y su simpatía lograron ponernos una sonrisa en la cara que borró el cansancio de 1.000 kms de coche.
A la mañana siguiente, el Mississippi nos daba los buenos días y el calor quebraba nuestras voluntades.
Aún así, pronto nos plantamos en el Lorraine Motel, en cuya habitación 306 murió asesinado Martin Luther King y que ahora alberga el National Civil Rights Museum, visita tan obligada como impresionante. En unas horas recorrimos la historia afroamericana, sembrada de dolor y sufrimiento, en medio de un ambiente de emoción contenida. Intentando superar el mal cuerpo que se te queda tras el museo, nos acercamos al vecino The Arcade, el restaurante más antiguo de Memphis, donde Elvis Presley acostumbraba a ir a degustar su archiconocido sandwich de mantequilla de cacahuete y plátano. Por supuesto, homenajeamos al rey compartiendo su bocadillo favorito , descubriendo que está bastante mejor de lo que pueda parecer, y que los batidos del Arcade no suben por la cañita.
Bien alimentados iniciamos un recorrido por Beale Street (bares y restaurantes que recuperaríamos en su plenitud nocturna) sin dejar de visitar a los patos paseadores del conocido hotel Peabody , la centenaria tienda de A. Schwab (hoy muy enfocada al turismo, pero aún así encantadora) o la tienda del sastre de Elvis, Bernard Lansky, ahora regentada por su hijo, y que aún visten a gente como Chris Isaak o Joe Perry y, ahora también, a mi Santo.




Al día siguiente, la mañana la ocupó la visita a uno de los lugares que más deseábamos conocer: Sun Records, el lugar donde nació el rock'n'roll.
Situado, como casi todo en la ciudad, en medio de la nada (Memphis es una ciudad casi fantasmal, semi abandonada y desértica en plena canícula estival ), Sun Records se erige en vórtice energético de la zona. Visitantes de todo el mundo (ese día no éramos, por ejemplo, los únicos catalanes en la visita) hacen educadas y reverentes filas para contemplar la parafernalia que rodeó el nacimiento del rock'n'roll, el estudio donde grabaron Elvis, Johnny Cash, Carl Perkins, Roy Orbison o Jerry Lee Lewis. El sitio en si se mantiene tal cual era hace 60 años y el estudio aún acoge grabaciones de discos, pero lo que realmente consiguió arrancarme una lagrimita fue pensar en cuanto talento encerraron esas cuatro paredes. Auténtico shock emocional del que no puede salirse si no es a base de pollo frito al estilo sureño, servido como sólo saben hacer en Gus's World Famous Fried Chicken, uno de esos lugares en los que jamás se te ocurriría entrar si no te lo hubiesen recomendado en Man vs. Food.
Para hacer la digestión sin bajar las pulsaciones, visita al Rock'n'Soul Museum, la experiencia musical definitiva.
Y después, la noche de Beale Street. Cena en el restaurante de Jerry Lee Lewis y, aunque el Killer mismo no estaba, pasamos una noche estupenda con un estrambótico imitador de Elvis y una ruidosa exhibición de motos calle arriba y calle abajo.
A pesar de tan atrayentes argumentos, nos retiramos pronto. Necesitaríamos todas nuestras energías al día siguiente para visitar...¡GRACELAND! 




Lo cierto es que Graceland no vale un pimiento. Pero debe estar en una intersección telúrica o algo porque es im-pre-sio-nan-te.
De entrada es pequeño para lo que una espera de una mansión y, después, te quedas bizca con su fantástica decoración setentera, pero es una de las experiencias más interesantes del mundo.
Empieza y acaba a través de tiendas y más tiendas de souvenirs  para , entre medias, visitar los lugares por los que Elvis se divertía, contemplar su flota de coches e, incluso, sus aviones, tooooooooodos sus disco de oro, platino, diamante (y , yo juraría, que hasta vi alguno de adamantium), sus trajes, de los más discretos a los más enloquecidos (y también me atrevería a jurar que representados a escala o la tele engorda pero que mucho y Elvis, en realidad, apenas estaba robusto) y, como colofón, su tumba. Elvis descansa junto a su hermano, muerto al nacer, sus padres y su abuela (que los enterró a todos) en medio de fans emocionados hasta la lágrima. Lo cierto es que es un recorrido tan divertido como intenso e interesante por la historia más pop.

Próxima parada, la capital del country: Nashville.


2 comentarios:

Elena Rius dijo...

Wow! ¡Qué envidia de viaje!

Samedimanche dijo...

Pues nada, Elena, a ahorrar y a cruzar el charco...;D