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miércoles, 23 de diciembre de 2009

Navidades en Maelstrom: capítulo IV

CAPÍTULO IV: ECTOPLASMAS.

La cena en casa de Lady Snow elevó considerablemente tanto el nivel de conversación - ¿Byron o Shelley? ¿Heatcliff o Rochester? ¿Drácula o Dorian Gray? – como el etílico, así que la mañana del domingo llegó más culta y considerablemente espesa.

Con todo, nada de esto interfirió en el flujo interminable de comentarios jocosos que envolvió a la camarilla de vuelta a la Mansión Maelstrom donde, cansado y feliz, el día transcurrió entre juegos de cartas, labores y lecturas.

Estando en la biblioteca, al amor del fuego, la Condesa Samedí sorprendió a sus invitados justo antes de subir a vestirse para la cena:

- Queridos, esta noche serán testigos de un hecho milagroso: Madame Romanoff, la famosa médium, se unirá a nosotros y nos concederá el honor de una demostración.

-¿Cómo? ¿Madamme Romanoff y sus difuntos parlanchines? ¡Condesa eso es extraordinario! ¿Y qué se pone uno para semejante evento? ¿Crespones negros?
Alborotados por el anuncio, todo el mundo acudió a sus aposentos con ese ánimo ligero que provoca la posibilidad de la magia.
Y, del mismo modo, la cena transcurrió con la ligereza impaciente de los niños ante los regalos.
Finalmente, los Condes condujeron a sus invitados de nuevo hasta la biblioteca.




La sala permanecía en penumbra. A la luz de la generosa chimenea distinguieron una mesa redonda profusamente envuelta en paños. La Condesa encendió unas velas que revelaron una figura sentada en uno de los butacones del Conde.

- Passsen, porrrrrrr favorrrrrrrrrr –habló la figura.

- Madame Romanoff, permítame que le presente… - empezó a decir la Condesa.

- ¡NO! – bramó la profunda voz de la médium. O lo que todos consideraron la voz de la médium a pesar de no poder ubicarla con exactitud.- No dessseo saberrr quién nosss acompaña hoy.
Tomen asiento, porrr favorrr. Y perrrmanezcan en sssilencio.

Un tanto amedrentados, aunque profundamente dichosos con tanta intriga, la camarilla se repartió en torno a la mesa, entre codazos y empujones, luchando por hacerse con una de las dos privilegiadas sillas situadas junto a la adjudicada, por recargada y gótica – a la Condesa no se le pasa un detalle – a la sensitiva vidente. El único que permaneció impertérritamente de pié y al margen del susurrante grupo fue el Conde que, armado con una linterna sorda y un bastón de paseo bien resistente, montó guardia tras la invitada, una vez instalada silenciosamente en su misteriosos trono, dispuesto a que ningún ente poco propicio se les colase en la biblioteca. Y eso incluía falsos videntes mandones y otros charlatanes de feria.




Poco a poco se hizo un silencio tenso de ojos abiertos y risitas nerviosas que se fueron apagando conforme la lenta y profunda respiración de la vidente se iba apoderando de la sala. La médium continuó de esta guisa durante un espacio de tiempo indeterminado, que a todos les pareció interesantísimo y misteriosísimo, hasta que un murmullo surgió desde lo más profundo de su corpiño. El murmullo fue creciendo hasta convertirse en un lamento y éste en un aullido bajo que acabó explotando en la garganta de la Romanoff mientras ésta echaba la cabeza hacia atrás, se le soltaba el moño y abría la boca de par en par.

En estas, su silla comenzó a elevarse del suelo ante la atónita mirada del Conde ( que creía conocer cada rincón de su biblioteca ) y los gorjeos expectantes de su esposa e invitados, hasta que, de golpe, cayó de nuevo a su posición natural, devolviendo a la médium a lo que pareció un estado normal…hasta que abrió la boca y saludó a la concurrencia con una voz que no era la suya.

- Buenas noches a todos. Mi nombre es Jane Austen. Espero no molestarles.

- ¡Ay, qué bien, señorita Austen! Bienvenida. Justo allí enfrente, al lado de la puerta, están todas sus obras.

- Entonces, estimada Condesa ¿cómo no ha escogido una de ellas como protagonista de su Salón literario?

- Mi querida señorita Austen, usted está por encima de todo eso…

- Bueno, yo aún puedo entenderlo. Pero aquí detrás espera el Señor Dickens y él tiene un genio considerable…

Una voz masculina surgió entonces del cuerpo de la médium:

- ¡Leer a Wilkie Collins y no leerme a mí!

- ¿Señor Dickens? Es que al señor Collins necesita una ayudita… no como usted, que llega hasta el corazón de los lectores como nadie más podría hacerlo. No hay salón lo suficientemente insigne para usted…¡usted habita en nosotros!

Las razones de la camarilla no parecieron calmar los ánimos del Inimitable, que acabó provocando un ataque de tos y un brusco despertar en la médium que, encolerizada por la banalidad de las entidades invocadas y de las conversaciones subsiguientes, se echó la capa sobre los hombros y salió furiosa por la puerta del jardín sin decir siquiera adiós.

Todos durmieron encantados con la experiencia. Todos menos el Conde, que pasó la noche intentando encontrar el truco de la silla voladora.

2 comentarios:

Insonrible dijo...

Ay, ese Conde... Me temo que le depararán avatares ultraterrenales, quizás...
¿No podrías traer del más allá a Dorothy Parker, también? Gracias, gracias.

Cristina dijo...

Empiezan a llegar las "celebrities", va a haber que sacar la cámara de fotos y el cuadernito de autógrafos.

Señora condesa, que lo pase muy bien usted esta noche y mañana, en la mejor compañía posible.

Muy feliz Navidad.