Max de Winter parecía perfecto.
De entrada, tenía la percha de Lawrence Olivier. Era viudo, rico, encantador y se enamora se una sosa de manual.
La que haya leído algo ya hubiera intuido que escondía algo.
La loca no estaba en el desván: la loca estaba muerta... muerta y omnipresente.
pero, aún con eso, yo me hubiese convertido encantada en la segunda ( o en la tercera, si me apuran ) señora De Winter.
De entrada hubiese reconstruido Manderley. Y después, siguiendo los impagables consejos de Alejandro Jodorowski, hubiese miccionado sobre la tumba de Rebecca. Y sobre la de la señora Danvers.
No hay comentarios:
Publicar un comentario