Nunca he podido leer de manera independiente un sólo libro de Fred Vargas. Uno siempre pide otro.
Se leen fácil, se leen rápido y te enganchan como pocos.
Acabo de terminar, de tirón, las tres novelas protagonizadas por los Evangelistas: Que se levanten los muertos, Más allá, a la derecha y Sin hogar ni lugar y aún estoy bajo los efectos del universo Vargas.
Sus personajes son auténticos personajes, gente que vive sin televisor y sin teléfono, que habla latín o acumulan comida en sus bolsillos, especialistas en peregrinos momentos de la historia del hombre, cojos de mente preclara, ex prostitutas, ex combatientes, ex marineros, ex policías, excéntricos, asesinos, locos y cuerdos.
Su escenario principal, París, es una gran ciudad que es pequeña ( algunos de sus personajes se pasan las obras atravesándola a pie ), habitada por desechos de múltiples mareas, por franceses recios de lugares remotos, con costumbres muy particulares y afinidades imposibles. Entre todos, se crea una serie de comunidades humanas que, mucho me temo, poco o nada tienen que ver con la realidad, pero a la que te gustaría aportar tu granito de arena, tus hábitos personales, tu talento desconocido.
En las novelas de Fred Vargas se puede ser historiador, pregonero, antigua diva operística, policía con corazón, delincuente filósofo, vendedor de libros en las orillas del Sena, regente de un bar con solera, cazador de lobos, asesino con tridente, hombre lobo, gato gordo...
Cualquier parecido con la realidad será pura coincidencia, de acuerdo. Pero no me importa lo más mínimo. Lo que quiero es poder ir visitando ese lugar incierto y mágico que se esconde entre las cubiertas de los libros de Vargas.