Bueno, ya he acabado Juego de Tronos y se me va la mano como una araña con personalidad propia hacia Choque de Reyes.
Pero no. A unos días de partir hacia París, en tren, a la antigua, me llamo al orden y me sumerjo (¿Porqué seré tan compulsiva y tan fácil de retener? ¿Será que me gusta todo?) en el triste universo de Irène Némirovsky.
Hace nada leí El ardor en la sangre y me pareció un libro de equilibrio perfecto entre concisión y (múltiples) vicisitudes, sencillo, fácil de leer y de apreciar pero duro e hiriente al mismo tiempo. Némirovsky hace honor a la máxima "Pueblo pequeño, infierno grande" y, tal y como nos recuerda la voz del narrador: "Los padres comieron las uvas agrias y los hijos sienten la dentera". ¡Ay, la Biblia, lo práctica que es!
Ahora, el buen gusto literario de Clouseau propone para La Sartén la Suite francesa, una alegría de lectura veraniega que, por si fuera poco, compagino con El mirador: memorias soñadas de Irène Némirovsky, escrito por una hija de la autora que perdió a su madre cuando apenas contaba 5 añitos. Con todo, el retrato que hace de la escritora es vívido y verosímil, poético y dramático.
Comparando Suite francesa con Good Evening Mrs. Craven de Molly Panter-Downes no puedo evitar pensar que cada uno cuenta la guerra como le va y que la comedida melancolía sorda de la inglesa estalla en llamaradas de desesperación y conformidad en la rusa.
No son lecturas muy adecuadas para el viaje tan lúdico que preparo en la capital francesa pero la buena literatura y los trenes son inseparables, de modo que ahí vamos.