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martes, 28 de agosto de 2012

En Antwerpen.


Y yo que pensaba que iba a Amberes...
y resulta que aparecí en Antwerpen.
Olvidaos de que en Bélgica hablan francés: en Antwerpen se habla flamenco ( neederlandes) o inglés, pero si hablas en francés te miran raro. Por suerte, hasta el ciudadano más peregrino se las apaña en la lengua de Shakespeare y podemos comunicarnos al menos hasta que le cogemos el tranquillo al flamenco escrito a base de comparaciones anglófilas y germánicas. No es demasiado difícil pero, definitivamente, sobran vocales.






La estación central es fabulosa pero si no sales por la puerta principal ( la que tiene instalada la noria y da a la zona más transitada) y apareces en una de las puertas laterales te quedas de piedra: un horroroso bulevar grisáceo quasi-soviético plagado de joyerías kosher...por suerte, la imagen de un judío ortodoxo en bicicleta, con sus tirabuzones al aire y su sombrero protegido por un práctico forro de plástico contra la lluvia nos hace tanta gracia que nos alegra la primera impresión. Pronto nos acostumbramos a las estampas ortodoxas y comprobamos que la primera impresión no es real.
No siendo una ciudad espectacular, sus calles mayoritariamente comerciales ( reto a cualquiera a pasar unos días en Amberes y no entrar en ninguna tienda con representación en España) están tan definidas como su centro histórico. 
Más edificios gremiales, más remates dorados, otra plaza cuadrada, paseos a caballo y la fabulosa estatua de Bravo, el romano que le cortó la mano al gigante Antigón , la arrojó al río y fundó la ciudad, momento que plasma la fuente en el centro de la Grote Markt.






Junto a la estación encontramos el zoo de la ciudad, que no sé cómo no visitamos al ver estos preciosos mosaicos que guardan la entrada.
Donde sí estuvimos fue en casa de Rubens ( otro de esos sitios que no te dejan fotografiar...pero estaba tan atestado que no pude delinquir...). El arte flamenco no ha sido nunca uno de mis preferidos, pero era impensable no visitar la casa del pintor...¡con lo que me gustan las casas!. Además, su presencia se nota por toda la ciudad, no era cuestión de ignorarlo por completo.
Por lo mismo, tampoco dejamos de visitar la exposición de grabados de Bruegel ( éste me gusta bastante más que Rubens) en el Museum Mayer van den Bergh , que también era la casa de un famoso coleccionista.
Ambos, hogares demasiado oscuros para mi gusto, pero el jardín de la Rubenshuis es un rincón encantador (¡¡ya parezco Miss Marple!!).







Lo que más hicimos , de hecho, fue callejear. 
Toda Bélgica está plagada de imágenes de Vírgenes y Santos por las esquinas de sus centros históricos ( las ponían los vecinos para obligar al Ayuntamiento a iluminarlas y hacerse así con alumbrado público), adoquines, elementos puntiagudos, San Jordis y San Migueles ( creo que Antwerpen se lleva la palma), dorados, cervecerías y chocolaterías. Todas iguales pero todas diferentes y, como hacía fresquito...pues a pasear.






Por supuesto, a la vuelta, hemos descubierto otras cosas interesantes que pasamos por alto ( literalmente: son subterráneas) como el túnel de Santa Ana , que atraviesa el río o las Ruiens, túneles que se extienden bajo la ciudad. Otra vez será.


martes, 21 de agosto de 2012

En Bruselas.


La televisión tiene la culpa.
Y es que el origen de este viaje está en un capítulo de Callejeros Viajeros dedicado a Flandes.
Y como lo que el mono ve, el mono lo hace, consultamos www.flandes.net/ y www.visitflanders.com/, compramos unos billetes, hicimos la maletas y para Bruselas que nos fuimos.

Bruselas es una ciudad moderna que alberga un corazón clásico muy bien delimitado. La condensación de agujas contra el cielo se extiende por un espacio relativamente pequeño y el resto es modernista y moderno.
Es la parte puntiaguda la que más turismo atrae ( esas calles inundadas de restaurantes de lo más variado que ya hemos visto, por ejemplo en el Quartier Latin de París, esas tiendas de souvenirs repetitivas, el Hard Rock Café...), pero Bruselas bien vale un paseo.






A base de caminar descubrimos por nosotros mismos el consabido amor de los belgas por el chocolate ( hay, creo, más chocolaterías que tiendas de souvenirs, para que os hagáis una idea ) y los gofres (¿quién puede comerse sobre la marcha un gofre cargado con fresas, plátano, chocolate caliente y nata? Suerte que yo soy aficionada al gofre sin nada, mucho más sabroso y práctico.) y la fe (francófona en general ) en San Miguel. En Bruselas, y el Flandes en general, también descubrimos bastantes Sant Jordis... ¿a qué se debe esta obsesión por vencer al demonio? Son, con diferencia, los santos más venerados en la zona. Me pareció curioso ( como ya me lo pareció en Bretaña ) y agradecería cualquier información al respecto.
Arriba, una de las estatuas del santo que salpican, por supuesto, la Cathédral des Saints Michel et Gudule.






A pesar de que somos bastante dados a sumirnos en el ambiente del lugar en cuanto pisamos una ciudad, a mi se me fueron los ojos hacia el conocido icono de Waterstones que ondeaba a lo lejos, en el Boulevard Adolphe Max Laan. Es pequeñita pero da para un rato. También encontramos otra librería inglesa muy interesante, Sterling Books, en Wolvengracht ( o "foso de los lobos" ¿de dónde vendrá ese nombre?), 38. De aquí viene el Miss Peregrine's home for peculiar children  que veis en la imagen , una adorable fábula para niños y adultos imaginativos que mezcla de un modo fascinante fotografías más o menos trouvées y historias de niños especiales que me recomendó, hace ya algún tiempo, mi amigo Julián.
Junto al libro, lo mejor de Bélgica entera: las galletas y bizcochos de Dandoy.







Por lo que respecta a la zona de la Grand Place, me dejó patidifusa. A pesar de la invasión turística, es una plaza impresionante, un lugar imprescindible para los que, como yo, adoramos el contraste de la piedra oscurecida y el oro refulgente. Es muy bonita al sol, pero creo que vemos su mejor aspecto bajo un cielo sombrío, con grandes nubes contra las que destacar sus agujas y gabletes.
Desde allí es fácil visitar la Église de Notre-Dame de la Chapelle ( donde está enterrado Brueghel el viejo, tenéis una foto debajo. Está un poco borrosa, pero no me pareció bien acercarme más ), el Real Museo de Bellas Artes, el Centre Belgue de la Bande Dessinée ( para fans de Tintín y/o de la arquitectura de Víctor Horta) o las Galeries Royales de Saint-Hubert.












Por debajo de Brueghel, tenéis  unas preciosas vistas de la ciudad desde la colina que alberga ( en su seno, literalmente ) el Museo de Bellas Artes , la Place du Petit Sablon que, rodeada de esculturas representativas de los gremios que hicieron grande la ciudad, otorga al visitante descanso ( es realmente un remanso de paz) y entretenimiento: pudimos pasar horas adivinando qué gremio representaba cada estatua porque las hay realmente peregrinas...), y un magnífico pomo de hortensias.
Flandes es un hervidero de hortensias, planta que adoro y por la muy mediterránea disposición de mi terraza no puedo cultivar.
Lo que sí podría colocar en mi terraza sería un Mannekenn Pis de tamaño natural puesto que tiene el tamaño aproximado de un enano de jardín. Como ya lo sabía, no me sorprendió, pero era divertido oír los comentarios de los visitantes desprevenidos.
Lo que sí me dejó patidifusa fue que el pequeño meoncete tenga un fondo de armario que ya quisiera para sí Carmen Lomana, guardado en su propio museo, con el que lo visten periódicamente y que incluye una camiseta Kappa del Barça, de los tiempos en que jugaba Luis Enrique ( información ofrecida por mi Santo).
Mi favorito, con mucho, su traje de Drácula.







En la periferia de la capital visitamos la Casa Museo de Víctor Horta y el Atomium.
La arquitectura de Horta me fascina y cuando más me gusta es cuando se observa a medida humana. Su Casa- taller tiene unas dimensiones que considero idóneas para una pareja ( hay quien me dice que las habitaciones son demasiado pequeñas...no sé en qué tipo de casa deben vivir estas personas...), un jardín abarcable y una altura asequible.
Ahora quiero vivir en esta casa y pasar los veranos en Giverny, en casa de Monet.
El horario de visitas es de lo más curioso ( como casi todos los horarios belgas: consultadlos bien antes de plantaros en cualquier sitio con intenciones de visitar su interior): abre de 14 a 17'30. Y, por supuesto, no dejan hacer fotos, prohibición que a mi me agarrota el dedo índice sobre el botón de la cámara de fotos y a mi Santo el deseo de huir de mí porque me van a acabar llamando la atención, seguro.
Entiendo y respeto a rajatabla que no se pueda utilizar el flash...pero ¿las fotos? Si voy a comprar todo lo que haya en la tienda igualmente...
Aquí os dejo una foto al margen de la ley de la maravillosa caja de la escalera principal.






En lo que respecta a mi historia con el Atomium surge del mismo libro que mi historia con Stonenge, el mítico Maravillas del mundo. Me daba igual ver su interior, su museo o su restaurante, yo quería verlo por fuera y no me decepcionó en absoluto. 
Resplandece al sol. Y, aunque creo que es el edificio más tonto que he visto, me pareció espléndido. 
Me puso una sonrisa tonta y feliz para toda la tarde.
Para más sonrisas -tontas y listas- leed la siguiente crónica.





jueves, 2 de agosto de 2012

Vacaciones de salón (III): destino USA.



Ni loca me propondría un repaso exhaustivo de libros que nos permiten viajar por los Estados Unidos. Seguro que cada lector tiene su propio apartado: Mark Twain, Paul Auster, Nathaniel Hawthorne, Tom Spanbauer, Scott Fitgerald, Steinbeck...Uff, la lista es prácticamente infinita.
Así que me voy a limitar a comentaros algunos de mis preferidos.





Oscar ya nos lo recomendaba en su blog hace un tiempo, pero es que  Historias de un gran país de Bill Bryson es uno de los libros más divertidos que he leído nunca sobre los Estados Unidos. Gordos y colas, enormidad  e ignorancia, costumbres y usos, museos de lo más peregrinos y gente amable.
Bryson retrata la homogeneización tan bien como lo anecdótico y pese a ser americano de nacimiento, la contraposición del humor inglés adquirido con la falta de ironía americana proporciona al lector momentos de auténtico regocijo.
Muy, muy recomendable.






Una vez en los Estados Unidos ¿cómo no visitar New Orleans?
Vale que es un poco como Lloret pero para uso interno, lleno de americanos borrachos y bebidas descomunales. 
Aunque lleva unos años siendo la capital vampírica del chupa sangre llorón gracias a Anne Rice o Sherrilyn Kenyon, quien realmente convirtió la ciudad en destino imprescindible fue John kennedy Toole y su  La conjura de los necios.
Personalmente, odio profundamente al personaje de Ignatius J. Reilly, lo encuentro un tipo repugnante, pero esto no quita para que repase la obra de vez en cuando, compaginando mi disgusto con unas risas de lo más sano.







Pero si, como yo, no sois muy amantes de los climas cálidos, siempre podéis dirigios a Maine.
Ya sé que es una zona muy peligrosa , pero su conjunción de paisaje y literatura es altamente recomendable. 
Tanto Atando cabos de Annie Proulx como cualquiera de los libros de John Irving ambientados en la zona son un regalo para el lector de corazón tierno. 








Pero en un repaso como este, la ciudad que no podía faltar es, por supuesto, New York.
Dorothy Parker o Elizabeth Smart ( canadiense, curiosamente), no son lo más alegre del mundo pero recorrer la ciudad sin mecerse en sus palabras hará que nos perdamos gran parte de su esencia.
En Gran Central Station me senté y lloré  o Diario de una dama neoyorkina , con su aire de tristeza ayudan a configurar el verdadero skyline de la ciudad escrita.









Y para acabar, una parada cinematográfica y un paseo con la Maid of the Mist. Cuidadito si a tu marido no le gustan tus discos o si las campanas tocan "nuestra canción" que en Niágara ronda el peligro.
No sé si es buena idea pasar en las cataratas una luna de miel...lo que si es buena idea es revisar la película.