Y yo que pensaba que iba a Amberes...
y resulta que aparecí en Antwerpen.
Olvidaos de que en Bélgica hablan francés: en Antwerpen se habla flamenco ( neederlandes) o inglés, pero si hablas en francés te miran raro. Por suerte, hasta el ciudadano más peregrino se las apaña en la lengua de Shakespeare y podemos comunicarnos al menos hasta que le cogemos el tranquillo al flamenco escrito a base de comparaciones anglófilas y germánicas. No es demasiado difícil pero, definitivamente, sobran vocales.
y resulta que aparecí en Antwerpen.
Olvidaos de que en Bélgica hablan francés: en Antwerpen se habla flamenco ( neederlandes) o inglés, pero si hablas en francés te miran raro. Por suerte, hasta el ciudadano más peregrino se las apaña en la lengua de Shakespeare y podemos comunicarnos al menos hasta que le cogemos el tranquillo al flamenco escrito a base de comparaciones anglófilas y germánicas. No es demasiado difícil pero, definitivamente, sobran vocales.
La estación central es fabulosa pero si no sales por la puerta principal ( la que tiene instalada la noria y da a la zona más transitada) y apareces en una de las puertas laterales te quedas de piedra: un horroroso bulevar grisáceo quasi-soviético plagado de joyerías kosher...por suerte, la imagen de un judío ortodoxo en bicicleta, con sus tirabuzones al aire y su sombrero protegido por un práctico forro de plástico contra la lluvia nos hace tanta gracia que nos alegra la primera impresión. Pronto nos acostumbramos a las estampas ortodoxas y comprobamos que la primera impresión no es real.
No siendo una ciudad espectacular, sus calles mayoritariamente comerciales ( reto a cualquiera a pasar unos días en Amberes y no entrar en ninguna tienda con representación en España) están tan definidas como su centro histórico.
Más edificios gremiales, más remates dorados, otra plaza cuadrada, paseos a caballo y la fabulosa estatua de Bravo, el romano que le cortó la mano al gigante Antigón , la arrojó al río y fundó la ciudad, momento que plasma la fuente en el centro de la Grote Markt.
Junto a la estación encontramos el zoo de la ciudad, que no sé cómo no visitamos al ver estos preciosos mosaicos que guardan la entrada.
Donde sí estuvimos fue en casa de Rubens ( otro de esos sitios que no te dejan fotografiar...pero estaba tan atestado que no pude delinquir...). El arte flamenco no ha sido nunca uno de mis preferidos, pero era impensable no visitar la casa del pintor...¡con lo que me gustan las casas!. Además, su presencia se nota por toda la ciudad, no era cuestión de ignorarlo por completo.
Por lo mismo, tampoco dejamos de visitar la exposición de grabados de Bruegel ( éste me gusta bastante más que Rubens) en el Museum Mayer van den Bergh , que también era la casa de un famoso coleccionista.
Ambos, hogares demasiado oscuros para mi gusto, pero el jardín de la Rubenshuis es un rincón encantador (¡¡ya parezco Miss Marple!!).
Lo que más hicimos , de hecho, fue callejear.
Toda Bélgica está plagada de imágenes de Vírgenes y Santos por las esquinas de sus centros históricos ( las ponían los vecinos para obligar al Ayuntamiento a iluminarlas y hacerse así con alumbrado público), adoquines, elementos puntiagudos, San Jordis y San Migueles ( creo que Antwerpen se lleva la palma), dorados, cervecerías y chocolaterías. Todas iguales pero todas diferentes y, como hacía fresquito...pues a pasear.
Por supuesto, a la vuelta, hemos descubierto otras cosas interesantes que pasamos por alto ( literalmente: son subterráneas) como el túnel de Santa Ana , que atraviesa el río o las Ruiens, túneles que se extienden bajo la ciudad. Otra vez será.