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sábado, 30 de marzo de 2013

La bella y la Bestia, 1987.




Es el signo de los tiempos.
A un pobre muchacho le pones una cicatriz que le cruce la cara y ya tenemos una Bestia para  las adolescentes de 2012.
En mis tiempos tenía que tener, por lo menos, la pinta de un león de 2 metros con la melena de David Coverdale y ser fan de Dickens.






Éramos apenas unos adolescentes cuando la recién estrenada TV3 emitió Beauty and the Beast en descabellado horario de sobremesa...todo un motivo para faltar a clase y sumergirse en los mágicos túneles de la ciudad de Nueva York.
Vincent era una criatura extraordinaria, un cachito de pan felino al que nunca le vi la pega...creo que sin él mi gusto por lo bizarro y mi particular concepto de la belleza no sería el que es. Porque, si, era un poco peludo y tenía garras, pero llevaba una ropa chulísima y vivía en una especie de paraíso del Arts & Crafts subterráneo.
Katherine era un encanto de niña pija que supo ver más allá de su vida acomodada y pasar a ayudar al fiscal de la por entonces bastante peligrosa urbe al tiempo que se enamoraba perdidamente de su ángel guardián super furry.
La serie duró apenas tres temporadas, con huida de Linda Hamilton al tercer año, pero fue suficiente para dejar tras de si legiones de seguidores ( me he quedado de piedra al encontrar esta página) y degustadores de cierto tipo de fantástico Romántico que siempre la recordarían con cariño.
Después vimos Buffy caza vampiros, Sobrenatural, True Blood...pero en el principio fue La Bella y la Bestia, con toda su ñoñez y su inocencia, con sus carencias argumentales y sus efectos especiales analógicos, con su encanto y su belleza.






It was the best of times, it was the worst of times, it was the age of wisdom, it was the age of foolishness, it was the epoch of belief, it was the epoch of incredulity, it was the season of Light, it was the season of Darkness, it was the spring of hope, it was the winter of despair, we had everything before us, we had nothing before us, we were all going direct to heaven, we were all going direct the other way - in short, the period was so far like the present period, that some of its noisiest authorities insisted on its being received, for good or for evil, in the superlative degree of comparison only.

Charles Dickens, A Tale of Two Cities