Connie Willis y George R. R. Martin. A ambos les debo algunas de las lecturas más fabulosas de mi vida. |
Sinceramente, no sé cómo llegó Connie Willis a mi vida. Probablemente por algún comentario de Little Emily, pero el caso es que un buen día El apagón me miró desde el escaparate de Gigamesh (al igual que el bueno de Martin...¿cuántos romance no habrán empezado así, desde el otro lado del cristal de Gigamesh?) y surgió la chispa. Casi inmediatamente me lancé a leer en inglés All Clear, que por entonces no estaba traducido al castellano, y caí absolutamente rendida a los pies del Oxford de Connie Willis, capital mundial del viaje en el tiempo.
En un futuro no muy lejano, el viaje en el tiempo es una realidad. Y para los historiadores del Oxford de ese futuro, la mejor manera de acercarse a su materia de estudio.
El viaje en el tiempo es algo tan sencillo como sutil y complejo a la vez. Técnicos, cálculos y ecuaciones; adquisición de conocimientos (memorizados o implantados), aprendizaje de idiomas, geografía o antropología...pero también, una serie de desafortunados desajustes que el Tiempo lleva a cabo por su cuenta para no distraerse de esa lógica suya intrínseca y resbaladiza.
A la cabeza del departamento de viajes en el tiempo en Balliol, se encuentra el señor Dunworthy que, entre la biblioteca Bodleian, el departamento de Investigación y el laboratorio, se toma muy en serio eso de ir enviando estudiantes por esos tiempos de Dios donde, al menor desfase temporal, estarán solos y perdidos en épocas de alto riesgo de enfermedades, guerras y demás calamidades. Por supuesto, la gracia para el lector está en las calamidades.
Cronológicamente, la primera de estas peripecias temporales la podemos disfrutar en "Brigada de incendios" ( Fire Watch, 1982. En castellano se encuentra recogida en Lo mejor de Connie Willis I, editado por Ediciones B), donde Dunworthy envía al bisoño señor Bartholomew a colaborar en la defensa anti incendios de la londinense Catedral de San Pablo (la obsesión del propio Dunworthy) durante los cruentos bombardeos de la II Guerra Mundial. Es la primera vez que nos adentramos en el Blitz pero, por suerte, no será la última y, ni mucho menos, la más intensa.
Unos años más tarde, Willies cambiaría el Blitz por la Peste Negra que asoló Europa en la Edad media. Por supuesto, ese no era el momento exacto al que había que llegar pero...ya sabemos que el tiempo tiene sus propios recursos y, si envía a un historiador a un momento y lugar determinado, a la larga y por muy enrevesado que parezca, es que tiene sus razones. El día del Juicio final (Doomsday Book, 1992. Descatalogado en castellano, pero aún colea algún resto de la edición de Ediciones B por el mercado).
Es la primera vez que nos encontramos con las peripecias de un historiador que sufre el desfase temporal y tiene que averiguar primero, dónde está y segundo, cuándo está. Paralelamente a la plaga que asola la Europa de siglo XIV, en el Oxford de origen se desata una enfermedad como hacía años que no se veía y que ni las muy avanzadas atenciones médicas de que disponen puede atajar, así que el suspense está garantizado a lado y lado de la bisagra del Tiempo.
En 1998 llega Por no mencionar al perro (To Say Nothing of the Dog, otro de esos descatalogados inexplicables de Ediciones B) donde la incongruencia y el desfase temporal se convierten en el eje de la trama, situada en pleno corazón de la Inglaterra victoriana más extravagante. Un poco al estilo de Regreso al futuro y las problemáticas familiares que puede generar el viaje en el tiempo, es un homenaje a los entuertos de salón más divertidos y a los Tres hombres en una barca de Jerome K. Jerome.
Ya en 2010 aparecen El apagón (Blackout) y Cese de alerta (All clear), que ahora mismo podemos encontrar sin problemas en sus ediciones de bolsillo de Ediciones B.
Jamás pude imaginar una primera aproximación a un escritor tan y tan impactante para mi: Londres durante el Blitz como si realmente estuviese allí, la evacuación de Dunkerke, el trabajo de los vigilantes de incendios, los pilotos de la RAF, las conductoras de ambulancias, los niños enviados al campo...¡Lo tenía todo! y sin ñoñería, sin condescendencia por el lector ni complejos respecto al género.
La confusión y la estupefacción de sus protagonistas se desarrolla, no ante nuestros ojos, sino en nuestro propio interior. Podemos vibrar con cada explosión, oler los refugios, sacudirnos las ropas tras una noche de ataques y salir a trabajar a la superficie.
Este díptico de 1300 páginas te engulle, se te adhiere a las manos y a los ojos, a la imaginación y no te suelta hasta que, con un suspiro, unos 15 días después de haber terminado su lectura, decides que ya es hora de volver al siglo XXI y dedicarte a lo que sea que hagas...no es de extrañar que haya ganado los premios Hugo, Nébula y Locus entre otros muchos otros...y más que debería haber ganado de no ser por la constricción académica y la miradita por encima del hombro que aún generan ciertos géneros.
Así que puedo decirlo más alto, pero no más claro...¡Me encanta Connie Willis!