CAPÍTULO I: BIENVENIDOS
Las semanas anteriores a la llegada de los invitados fueron frenéticas. Mientras el servicio acondicionaba la casa y lo preparaba todo para que ni faltase ni sobrase de nada, el Conde permaneció en su club de la ciudad incapaz de soportar la vorágine que se desarrollaba alrededor que su querida esposa. No apareció por la mansión hasta la noche del miércoles previo a la llegada de las visitas. Huraño, si, pero todo un caballero.
Los invitados fueron llegando a lo largo del día señalado.
A primera hora de la mañana apareció Sir Edward. El otrora bibliotecario real, estaba dando los últimos retoques al alquiler de su casa de S… y supervisando la correcta adaptación de su sustituto en el puesto que justo acababa de dejar vacante con la intención de unirse a una expedición de la National Geographic Society a las fuentes del Nilo.
- Querida condesa, no quiero perderme el mundo que crece a mi alrededor. Si lo dejo para otro momento se me hará tarde… Tantos libros, tanto polvo, tanto aislamiento y silencio – por no hablar de los caprichos de la familia real. Que hay que ver lo poco que leen y lo mucho que incordian…ya me entendéis, no quiero parecer un ingrato- … ¡las maravillas sobre las que tan sólo he leído se extienden ahora ante mí! Mi querido Conde, debemos tener una seria conversación sobre fauna y armas…¿Ha estado usted en Abisinia?
Mientras el Conde acompañaba a Sir Edward a sus habituales aposentos ( sir Edward tenía una preciosa suite asignada para sus preciadas visitas, con salida directa al jardín y toda la luz que podía ofrecerle el clima del sur de G…) la Condesa salió a recibir a sus siguientes invitados.
El traqueteo del magnífico carruaje de Lady Powerfull sobre la gravilla de la entrada no pudo ocultar la risueña cháchara que surgía de su interior gracias a la inconfundible sonoridad de la presencia del Vizconde Raoul de Curie.
Con todo, la primera en aparecer fue la majestuosa y siempre juvenil Lady Powerfull, orlada por su legendaria cabellera leonina y ataviada con su habitual elegancia. Heredera de una cuantiosa fortuna sostenida por los encajes de Flandes, optó por cambiar los paños por la construcción y el desarrollo de nuevas tecnologías aplicadas al urbanismo, la vivienda y el transporte. Por supuesto, ningún hombre tuvo cabida en su plan de crecimiento el tiempo suficiente como para acabar convirtiéndose en su esposo, hecho por el que permanecía soltera.
Las damas se besaron e intercambiaron sinceros elogios mientras Sir Julian Bell, Baronet, descendía ofendido del carruaje con la ayuda de su fiel amigo Anthony Ritz, propietario de una serie de hoteles que le hacían vivir con la mayor comodidad fuera de ellos:
- ¡Qué manía tiene esta mujer con no dejarnos fumar en el carruaje! Condesa, dadme un beso y decidme dónde puedo fumarme una pipa tranquilo…
- Bueno, ya sabéis que el Conde tampoco es muy amigo del tabaco… pero Sebastian os acompañará a mi salita, donde podréis instalaros cómodamente.
- Gracias, querida – la abrazó Anthony – ya sabes cómo es…¿somos los primeros?
Cualquier intento de comunicación se hizo imposible en cuanto hizo acto de presencia el último ocupante del vehículo. Raoul de Curie, el eminente filántropo, esperanza de los pobres , los enfermos y los marginados, apareció envuelto por su chispeante conversación.
- ¡Querida! ¡Querida! ¡Gracias por invitarnos! ¡La Mansión está preciosa en esta época del año!¿Y usted? ¡Qué colores! ¡Qué vestido! ¿Y dónde está ese marido suyo? ¿Ya se escondió en su gabinete?
La Condesa sonrió para sí mientras, del brazo del expresivo de Curie, entraba en la casa y ayudaba a todo el mundo a sentirse cómodo, ofreciéndoles un refrigerio, llevándolos hasta sus habitaciones y citándoles para el almuerzo. Era feliz teniendo a sus amigos bajo su techo.
Las siguientes en aparecer fueron Lady Robinson y la Marquesa d’Inef. Contrariamente a sus costumbres, ninguna de ellas llegó a pié, hecho que se debió sin duda a que Madame d’Abutrí , hermana de la primera, aceptase finalmente la invitación y se encargarse de recoger a damas tan modernas.
Lady Robinson era una editora de escandaloso éxito en el país, centro de toda actividad intelectual que se desarrollase dentro de un diámetro considerable alrededor de la ciudad de L… Sus comentarios marcaban tendencia y sus críticas han desembocado – según se cuenta – en más de un intento de suicidio ( fracasados todos, sin duda, debido al talante poco decidido de los artistas ). Su hermana, Madame d’Abutrí, se había casado con un noble francés y se había instalado al otro lado del Canal, donde dilapidaba alegremente su fortuna con la bohemia del lugar, escritorzuelos, músicos y demás gente de mal vivir, bajo la sonriente mirada de su esposo, tan rico – a su vez- como permisivo.
Por su parte, la Marquesa d’Inef, había heredado de su madre un físico y una energía imponentes, un hermano desagradecido y cuatro internados, dos para señoritas y dos para caballeros. Su pasión por las Humanidades y las lenguas la convirtieron en una suerte de reformista de la educación que, sin embargo, transitaba con elegancia entre su compromiso para con sus pupilos y lo más granado del todo L…
Y allí estaban, bromeando sin parar las unas con las otras de un modo totalmente escandaloso e intimo.
- Mi querida Victoria – pues tal era en nombre de Madame d’Abutrí - ¿cómo no vino su esposo?
- A última hora surgió un problema en las bodegas…¡y ya sabe cómo se preocupa él por la calidad de sus espirituosos! ¿Y el Conde? ¿Tendremos ocasión de saludarle o ya se escabulló al pabellón de caza?
- Creo que está con sir Edward. Pero no tardará en escabullirse…
Con la mención de sir Edward, la conversación elevó y aceleró su tono de nuevo y, arropada por la cálida presencia de tantas palabras, la Condesa acompañó a sus últimas invitadas al interior.
Iba a ser una gran Navidad en la Mansión Maelström.