Últimamente ando muy liada.
Pero, aunque escribo poco, leo mucho. Y bien.
Estoy encantada con mis dos últimas lecturas, ambas protagonizadas por mujeres, pero ambas tan opuestas en su actitud vital, en su postura ante los cambios, que parece que las haya elegido a propósito.
Dos fotografías de Kate Chopin. |
Edna Pontellier es la protagonista de El despertar de Kate Chopin, libro y autora que no conocía cuando se me tiró a los brazos en una de mis librerías de cabecera. No fue una presentación muy correcta, pero si fue un flechazo.
A Edna Pontellier se la ha comparado mucho ( lo hizo, incluso, Willa Cather, con una estrechez de miras muy poco habitual de la magnífica escritora ) con Madame Bovary, porque son mujeres casadas que pretenden romper con sus anodinas existencias de ángeles del hogar burgués. pero creo que ahí acaba la semejanza.
Porque mientras a Emma Bovary la envenenaron los libros y miente y engaña para vivir un espejismo romántico, lujoso y excitante, Edna Pontellier florece desde sí misma y es, ante todo, sincera en sus intenciones. No oculta a su esposo su deseo de evolucionar y desarrollarse como mujer, alejándose del dinero y el ambiente marital, no busca lo extraordinario, la pasión desbordada o la pertenencia amorosa. Edna quiere pertenecerse a sí misma por duro que sea. Quiere ser.
Me ha costado mucho encontrar una foto buena de Shirley Jackson. |
Por su parte, Merricat Blackwood se comparte en un círculo muy cerrado ( su hermana Constance, su tío Julian y su gato Jonas ) y pretende por todos los medios que éste permanezca inmutable.
Para ello no duda en usar su propia magia simpática, compuesta de estatuillas de cerámica enterradas en el jardín, libros clavados en árboles, palabras protectoras, verjas y candados.
No pueden evitar ser el centro de atención desde que toda su familia murió envenenada en torno a la mesa de la cena, pero si pueden evitar relacionarse más allá de lo estrictamente necesario con ese mundo que las odia y las teme... hasta que lo extraño, lo ajeno, irrumpe sin ser invitado en su mundo particular, cerrado, mágico.
No se hace hincapié en si las Blackwood son unas envenenadoras, unas chicas raras o en si están locas. Se hace hincapié, sin embargo, en el hechizo, en lo feérico cotidiano, en el deseo de inmutabilidad.
Hace tiempo que Oscar nos comentaba lo mucho que le había gustado el libro de Shirley Jackson y cómo se había reído con él. Comparto completamente su opinión.
Porque siniestras, extrañas o entrañables, las protagonistas de Siempre hemos vivido en el castillo se hacen querer y desarrollan en el lector el profundo deseo de que se les permita seguir siendo ellas, a su modo, con su ritmo extraño para los días, con sus maneras curiosas, con su liturgia particular.
Dos lecturas muy recomendables aún en su diferencia de planteamientos. Y aconsejo, también, no dejar escapar las biografías de sus autoras.
Mientras Kate Chopin fue una ilustrada dama sureña, viuda precoz y matriarca de una familia feliz, curiosísima intelectualmente y campeona de los derechos femeninos avant la lettre, Shirley Jackson cultivó su gran talento para lo outrée a la par que su sobrepeso y su adicción al tabaco entre recaídas de sus problemas psicológicos.
Dos mundos distintos, dos personalidades opuestas, pero dos talentos inmensos.
Kate Chopin, El despertar.
Madrid: Cátedra, 2012. ISBN 978-84-376-3033-5
Shirley Jackson, Siempre hemos vivido en el castillo.
Barcelona: Minúscula, 2012. ISBN 978-84-95587-89-3