Estoy leyendo
Chiquita de Antonio Orlando Rodríguez ( Premio Alfaguara de Novela de 2008 ), gracias a la opinión y el préstamo de la Biblioteca de Toronto. Y estoy encantada.
Pero de la novela ya os hablaré cuando la acabe...de momento, cenamos en Delmonico’s.
Delmonico’s es un restaurante de Nueva York (
aquí tenéis su página web ), inaugurado en 1827. Situado originalmente en la confluencia de las calles Beaver, William y South William, fue la cuna de los Huevos Benedictina y lugar de reunión par el “todo Nueva York” decimonónico. Pasto de las llamas en 1835, el restaurante se muda varias veces, se multiplica y actualmente podemos encontrarlo de nuevo en el 56 de Beaver Street.
Es un sitio precioso, se come bien y caro...pero no es el viejo Delmonico’s. A mi el que me gusta es el que ya no existe, el que sólo asoma entre las páginas de los libros.
Y todo este royo viene a que Chiquita, recién llegada a la Gran Manzana desde su Cuba natal, conoce a Sarah Bernhardt quien les invita a cenar en “(...) el restaurante Delmonico’s, en la Quinta Avenida y 26th Street, donde preparaban un filet de boeuf à la Dumas glorioso (...)” . Corría 1896. Y, por supuesto, la Diva llega tarde: “Sarah llegó hora y media tarde al saloncito privado donde la esperaban y, sin disculparse por la demora, exigió al maître que llenase las copas del mejor Château de su bodega y que trajese la carte enseguida, pues tenía un hambre voraz. Nada de hors d’oeuvres : irían al grano. Como un torbellino, escogió lo que cenarían sin consultar a sus invitados. Para comenzar, la sopa de tortuga verde au Xérès , y luego el filet de la casa; mas no para ella, pues esa noche le apetecía el salmón de Oregón à la Sirène. Los postres serían elegidos en su momento, aunque les adelantaba que la mousse de frutilla del Delmonico’s era mervelleuse.” ( Chiquita, 160-161).
Pero ya hace mucho tiempo que deambulo entre las paredes fantasma del restaurante. Es más, recuerdo la primera vez que “fui”, cuando leía El alienista de Caleb Carr allá por 1994: “Pienso que a la gente de hoy [1919] le resulta difícil hacerse a la idea de que una familia, trabajando en varios restaurantes, pudiera cambiar los hábitos alimenticios de todo un país. Pero éstos fueron los logros de los Delmonico en Estados Unidos en el siglo pasado. Antes de que en 1823 abrieran su primera cafetería en William Street, sirviendo a las comunidades financieras y comerciales del Bajo Maniatan, la comida norteamericana podía describirse como cosas hervidas o fritas cuyo propósito era potenciar el duro trabajo y apaciguar los efectos del alcohol...por lo general del alcohol de mala calidad. Aunque los Delmonico eran suizos, habían traído la cocina francesa a Estados Unidos, y cada generación de la familia había refinado y ampliado aquella experiencia. Desde el primer momento hubo en su menú docenas de platos, tan deliciosos como saludables y, teniendo en cuenta la elaborada preparación que exigían, a precios razonables. Su carta de vinos era tan amplia y excelente como la de cualquier restaurante de París. Su éxito fue tan grande que al cabo de unas décadas ya tenían dos restaurantes en el centro y otro en la zona alta de la ciudad. De modo que, durante la Guerra Civil, los viajeros de otras partes del país que comían en Delmonico’s y luego se llevaban a sus hogares la nueva experiencia, exigían a los dueños de los restaurantes de allí que les ofrecieran no sólo un entorno agradable sino también comida que fuera a la vez nutritiva y preparada por manos expertas. Las ansias de una comida de primera clase se habían convertido en una especie de fiebre nacional en las últimas décadas del siglo...y Delmonico’s era el responsable.
Pero la buena comida y el buen vino eran sólo una parte de los motivos del éxito de Delmonico’s: el igualitarismo profesado por la familia también había atraído clientela. En el restaurante de la parte alta de la ciudad, en la calle 26 y la Quinta Avenida, uno podía encontrarse cualquier noche tanto a Diamond Jim Brady y Lillian Russell como a la señora Vanderbilt y las demás matronas de la alta sociedad neoyorquina. Ni siquiera a la gente como Paul Kelly se les negaba la entrada. Pero quizá lo más sorprendente no fuera que a todo el mundo se le permitiera la entrada, sino que todo el mundo estuviese obligado a esperar el mismo rato para conseguir una mesa: no se admitían reservas ( salvo para grupos en los comedores privados ), y tampoco demostraban favoritismos de ninguna clase. La espera a veces resultaba fastidiosa, pero encontrarse en la cola detrás de alguien como la señora Vanderbilt, que graznaba y daba pataditas al suelo por “ semejante trato”, podía ser muy entretenido” ( El alienista, 163-164 ).
¿No os tiraríais unas horitas de cola detrás de, pongamos, Edith Wharton, para después regar una cena maravillosa con un vino excepcional? ¿No os aflojaríais el corsé para dar una última cucharilla de mouse de frutilla? ¿No esperaríais el cabriolé para volver a casa trotando sobre adoquines?
- Caleb Carr, El alienista. Barcelona: Ediciones B, 2000.
- Antonio Orlando Rodríguez, Chiquita. Madrid: Alfaguara, 2008.
* Foto en b/n: Mark Twain en un comedor privado de Delmonico's.
* Foto en color: el restaurante actual.