La víspera del día de Navidad amaneció cubierto por la nieve.
El humeante bufé del desayuno enteló las ventanas del comedor de invierno y sonrosó las narices de los asistentes que, ilusionados como si jamás hubiesen visto nevar, ya planeaban todo tipo de entretenimientos de exterior.
El Conde mandó enjaezar el trineo que en tan pocas ocasiones podía lucir, colocó las campanillas que les había traído lady Martha de uno de sus habituales viajes a Finlandia y se llevó de paseo a todo aquel que no quiso parecer un tentetieso lanudo optando por caminar hasta el pueblo.
La pequeña villa de C… hervía de actividad. Los escaparates de las tiendas presentaban su mejor y más reluciente aspecto, repletos y orgullosos de sus extraordinarios productos, escogidos para la ocasión. Brillantes teteras de cobre, mullidos mitones de cálidas lanas, paquetes de papel de colores atados con cintas, campanillas sonando en cada puerta, saludos sonrientes…
La camarilla repasó con esmero cada uno de los establecimientos del lugar para alegría y soniquete de las relucientes cajas registradoras. La librería del señor Cavendish, junto al establecimiento de la señorita Matty, fueron sin duda las tiendas mejor revisadas.
- ¡The Pickwick Papers al fin en un solo volúmen!
- ¡Qué ganas tengo de que alguien recuerde su pasado a la par que se merienda una magdalena e invente el flujo de conciencia!
- Mi querida lady Robinson ¡qué cosas se le ocurren! No se amohíne y pruebe este té verde maravilloso…¡hay que ver lo que me ha costado convencer a miss Matty de que no perjudicará mi salud en absoluto!
Tras un regreso bamboleante a la Mansión, las horas resbalaron entre el sonido de los libros al abrirse por primera vez, las notas navideñas del piano y el crepitar del fuego.
- Apártese de la chimenea, querida. Puede quemarse el vestido por detrás y habría que pintárselo al óleo para que no se notase…
Faltaban apenas unas horas para la Navidad.
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