La primavera es tiempo de renacimiento, de sacudirse los fríos del invierno, de disfrutar del mejor sol del año -el que no quema-, de flores y días largos. La primavera es como la infancia y ambas merecen ser leídas. os recomiendo algunas.
Diversas infancias maravillosas han ido saliendo a mi paso últimamente: la de la inquietante Merricat de Siempre hemos vivido en el castillo (ya os hablé de ella) , la del asilvestrado Paul Milliron de Una temporada para silbar, la infancia aterrorizada por la religión de Una tierra más amable que el hogar, los niños de la era atómica de Las esposas de Los álamos...Y parece que la tendencia continúa. Desde la I Guerra Mundial a los alegres años 50, de un lado y del otro del Atlántico, he estado visitando con curiosidad y placer la infancia de otros niños, tan diferentes y tan similares a mí y entre ellos, asustados y felices, curiosos, despiertos, inocentes, salvajes...Et in Arcadia ego.
"La neumonía era lo que me había hecho más popular, y yo lo convertí en una gran obra de teatro. Pero no era, ni mucho menos, mi única arma: coleccionaba también enfermedades menores, entre las que figuraron, en el espacio de muy pocos años, herpes, varicela, paperas, sarampión, tiña, adenoides, hemorragias nasales, piojos, otitis, dolores de estómago, mareos, ahogos, escarlatina y sordera catarral.
Por último, como coronación de todo, tuve conmoción cerebral. me atropelló una bicicleta una noche oscurísima y pasé inconsciente dos días. Cuando recuperé la conciencia, magullado y herido, una de mis hermanas se había enamorado del ciclista, un joven apuesto y desconocido de Sheepscombe que había atropellado también a mi madre.
Pero mi carrera infantil de fiebres y conmociones confirmó al menos una cosa: si hubiera sido un chico débil habría perecido sin lugar a dudas, y no cabía ninguna sobre mi resistencia."
(pp. 179-180)
"Lo que más me fascinaba del catálogo de Sears era que toda la gente que salía en sus páginas era perfecta. A casi todas las personas que yo conocía les faltaba algo: un dedo cortado o aplastado, una oreja medio comida, un ojo nublado por la ceguera a causa de una grapa que sobresalía de una cerca...Y si no les faltaba algo lucían cicatrices dejadas por alambre de espino, cuchillos o anzuelos. Pero la gente del catálogo no exhibía aquellas marcas. No solo estaban enteros, disponían de todos sus brazos, piernas, dedos y ojos en sus cuerpos sin cicatrices, sino que además eran hermosos. Tenían las piernas rectas y en sus cabezas no había la menor señal de calvicie, sus caras mostraban claros signos de felicidad, incluso de alegría, signos que no solían verse muy a menudo en los rostros de la gente que me rodeaba."
(pp. 83-84)
El propio Harry Crews nos lo explica en la imprescindible Searching for the wrong eyed Jesus.
"No sé cómo se las arreglaron, pero quienquiera que fuese el responsable de la década de 1950 creó un mundo en el que casi todo sentaba bien. ¿Unas copas antes de la cena? Cuantas más mejor. ¿Un cigarrito? ¡Encantado! Los cigarrillos en realidad potenciaban tu salud: serenaban el ánimo y aguzaban la mente cansada, según la publicidad. (...) los rayos X eran tan benignos que las zapaterías instalaban máquinas especiales que se valían de ellos para medir la talla del pie con rayos que penetraban por las suelas de tus pies y llegaban hasta tu cráneo. Aquel resplandor mágico bañaba hasta la última partícula de tu cuerpo. No es de extrañar que uno se bajase de allí cargado de energía y listo para comprarse unas zapatillas deportivas.
Por suerte éramos indestructibles. no necesitábamos cinturones de seguridad, ni airbags, ni detectores de humo, ni agua embotellada, ni la maniobra de Heimlich. No hacían falta envases a prueba de niños para los medicamentos. No nos hacían falta cascos para montar en bici, ni rodilleras o coderas para patinar. Sabíamos, sin que hiciese falta un recordatorio por escrito, que la lejía no era un refresco, y que si acercabas una cerilla a un bote de gasolina lo normal era que ardiese."
(pp. 91-92)
Feliz primavera.
Laurie Lee: Sidra con Rosie
Nórdica libros.
Harry Crews: Una infancia. Biografía de un lugar.
Acuarela & Antonio Machado.
Bill Bryson: Aventuras y desventuras del chico centella.
RBA
5 comentarios:
Los de Laurie Lee y de Bill Bryson los he leído y me encantan. ¡Ahora tendré que añadir a mi lista el de Harry Crews, que también promete!
No te defraudará, Elena.
Directo entra a mi lista de Sant Jordi el de Harry Crews
¡Qué buena pinta!
Te va a encantar, Toronto.
yo también me apunto el de Crews. gracias por estas recomendaciones!
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