Edith Wharton es un caso maravilloso de autor
magnífico, redondo, pleno, y de personaje fascinante. En paralelo,
sin intromisiones no deseadas ni problemas de compartimentación. Uno
no puede leer a Byron y no imaginarlo cruzando a nado el estrecho de
Dardanelos, acercarse a la obra de Poe y no ver su pálido rostro
enmarcado por su capote de West Point, leer a Dorothy Parker y no
notar el sabor de las copas del Algonquin o abrir un relato de Capote
y ponérsele a una el cuerpo glamouroso.
Pero Edith Warton está hecha de otro material. A
lo sumo sabemos de su amistad con Henry James o de su Pulitzer por
La edad de la inocencia,
pero deberíamos dedicar parte de nuestro tiempo lector a indagar en
su obra de no ficción y descubrir que arte y vida se funden de la
forma más auténtica posible: sus fastuosos libros de jardinería y
decoración (conocimientos que jamás puso en práctica), sus relatos
sobre el frente francés durante la I Guerra Mundial (la misma
Impedimenta publicó, con gran acierto, Francia Combatiente), sus
relatos de viajes, su propia autobiografía... Edith Wharton fue en
si obra y arte y, todo ello, sin que supusiera el menor desmayo en su
producción literaria. No hay un solo párrafo suyo que resulte
mediocre (¡Ya no digo flojo!), así que cualquier nueva aparición
de su trabajo en la lengua de Cervantes debería ser celebrada. Y
mucho más si se hace con el cuidado y el mimo de Impedimenta.
Considero un gran acierto algo que podría parecer
tan banal como el hecho de que los cuentos aquí seleccionados se
presenten en orden cronológico, de modo que podamos disfrutar de la
sutil línea evolutiva y de las inclinaciones argumentales de la
autora durante un periodo de casi 40 años. Del mismo modo también
aprecio en gran manera que se definan los cuentos como “inquietantes”
ya desde esa portada tan cautivadora ( con una fantástica imagen de Albert Carel Willink), diferenciandolos del cuento de
fantasmas que Wharton también cultivó con su habitual talento.
Porque, mientras que ella misma consideraba que para disfrutar del
relato sobrenatural había que dejar de lado la facultad intelectual
de “creer” y pasar a, simplemente, “sentir”, considero que
para sacar todo el provecho de estos cuentos inquietantes debemos dar
tanta importancia a la intelectualidad como al sentimiento y
descubrir la maravilla del escalofrío de la primera lectura y el
disfrute de las segundas y terceras.
Entre estos 10 relatos encontraremos encuentros
entre la vida, la muerte y el matrimonio (La
plenitud de la vida),
pasada por un cierto tamiz malsano a lo E.A. Poe (Un
viaje, La duquesa orante),
atmósferas dignas de La hora de Alfred Hitchcock (el más que
brillante La
botella de Perrier),
reflexiones sobre el talento y el arte (El
veredicto),
homenajes más o menos velados a Henry James, presencia fantasmal
incluida (Después)
y, sobre todo, una aguda visión de la familia y el hogar de puertas
para adentro, de la intimidad menos confortable, de la intranquilidad
agazapada tras una cortina , una puerta, una mirada o una respuesta.
Entre estas corrientes que erizan el vello de la
nuca de la domesticidad es donde con mayor maestría se mueve Edith
Wharton: ahí están el sutil arte de caza del marido por parte de
una madre decepcionada por su propia presa, mientras los hombres de
su alrededor entretejen relaciones acomodaticias (Un
cobarde),
la instaurada creencia en que los hijos son la bendición de un hogar
y la culminación del matrimonio ( el delicioso, La
misión de Jane),
la logística social de la mujer divorciada en una sociedad hipócrita
(Los
otros dos,
claramente en consonancia con su novela contemporánea, La
casa de la alegría)
o la repentina toma de conciencia de que detrás de un gran hombre
hay una, sin duda, una mujer (El
mejor hombre).En
todos, sin embargo, sabe moverse la escritora con absoluta maestría
a base del tono y la palabra justa, de las mínimas pero más
eficaces pinceladas, de la descripción más efectiva y de un
conocimiento del oficio como muy pocas veces leeremos.
Edith Wharton
Cuentos inquietantes
Trad.
Lale-González-Cotta
Impedimenta;
Madrid, 2015
978-84-15979-99-9
336
p.
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